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Actualizado: 22 de julio de 2025
Encerrado en aquel aposento reservado que, como sabemos, tenía en su casa Francisco Martínez Montiño, se ocupaba en contar una gran cantidad de dinero que tenía sobre la mesa. Con un placer sin igual, apilaba los relucientes doblones de oro, y á otro lado los escudos y los ducados de plata.
Bellísimos adornos, también de yeso, guarnecían los vanos de puertas y ventanas: los primeros en forma de arrabáa, haciéndose extensivos á las enjutas, en cuyos centros lucían escudos familiares ó áureas con cabezas de damas y guerreros, mientras que en las segundas aparecen adornadas en forma de marco.
¡Cómo es eso, si el mes pasado me ha pagado usted cien mil escudos! repuso el Conde. ¿Yo? Evidentemente; ya no tengo ningún pagaré de usted, pues todos han sido satisfechos, y nada me debe. Eso es imposible. Vea usted a mi notario y él se lo probará. El deudor, que ya no lo era, fue a verme, en efecto, y no podía salir de su asombro. Es una gran suerte para usted le dije.
Faltaba arborlarla y aparejarla; atender exterior é interiormente al decorado, armarla con la artillería; concluir el detalle, para lo que simultáneamente se afanaban los operarios en los obradores; allá labrando tablas, acá barnizando muebles, aparte cosiendo velas, pintando escudos, acicalando lanzas, con inusitada amalgama de picapedreros que hacían balas de mármol, de herreros forjando el fanal de popa, insignia antigua de almirante; de imagineros sacando del roble ojivas, de ajustadores puliendo y graduando astrolabio y ballestilla, y á todo acudían los señores repetidos, Puente, Cardona y Monleón, mientras no llegó el momento satisfactorio de ver á la nave airosa embanderada en la bahía de Cádiz, presta para ir á Palos y dar la vela en el momento de cumplirse el aniversario centésimo cuarto en que la verdadera Santa María lo hizo.
Asimismo conoció el pergamino, y alegre sobremanera con el ofrecimiento de los mil escudos, respondió: Señor, la prenda que queréis quitar está en casa; pero no está en día la cadena ni el pergamino con que se ha de hacer la prueba de la verdad que yo creo que vuesa merced trata; y así, le suplico tenga paciencia; que yo vuelvo luego.
Efectivamente, dos grandes y poderosas huestes iban a chocar en aquella planicie. ¿A qué describir el brillo de las armas, las empresas de los escudos, el ardor de los combatientes; el relinchar de los corceles y demás accidentes de la empellada refriega?
De estas palabras, algunas eran nobilísimas, y llevaban en sus escudos delicadas empresas, por donde se venía en conocimiento de su abolengo latino o árabe; otras, sin alcurnia antigua de que vanagloriarse, eran nuevecillas, plebeyas o de poco más o menos. Las nobles las trataban con desprecio. Algunas había también en calidad de emigradas de Francia, esperando el tiempo de adquirir nacionalidad.
De las balaustradas de las tribunas colgaban ricos tapices y anchas franjas de terciopelo en cuyo centro destacábanse, bordados en oro, plata y sedas de vivos colores, los escudos de armas de cien nobles. No tardaron en tomar éstos asiento, la multitud y los soldados se acomodaron como mejor pudieron y los pajes y palafreneros se encargaron de las armas y monturas de sus señores.
Y sabido es también, cómo fué allí descubierto su sexo y vuelta á España en 1624, donde la fama de sus hechos y extraña historia, se divulgó bien pronto, llamando la atención de todos, alcanzando tanto renombre, que en 1625, el rey Felipe IV le mandó dar 800 escudos en premio de su valor y el título de alférez, y el papa Urbano VIII le concedió especial permiso para que durante su vida usase, como hasta allí lo había hecho, el traje masculino.
Como la catedral está destinada al culto reformado, carece en el interior de todo atractivo, y su desnudez no es disimulada sino por una serie de escudos heráldicos alusivos á la historia de Berna y un órgano monumental que casi rivaliza al de Friburgo. De Berna á Thun. Una reflexion sobre la civilizacion moderna. La villa de Thun. Magnificencias de su lago. Unterseen é Interlaken.
Palabra del Dia
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