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El revolucionario quería callar y escuchaba distraídamente las murmuraciones sobre la vida del culto; pero sus amigos deseaban saber cosas de aquellas tierras que había corrido, con una curiosidad de seres encerrados y aislados del mundo. Al oírle describir la hermosura de París o la grandeza de Londres, abrían sus ojos como niños que escuchan un cuento fantástico.

Inmediatamente se escuchan unos pasos; suenan cerrojos y cadenas; se abre la puerta y aparece el capitán envuelto en una bata que había sido verde esmeralda, luego fué verde malva y ahora era gris plomo. En los pies babuchas y en la cabeza un gorro de terciopelo negro con borla de seda. ¿Qué te ocurre, hija mía?

Hoy empieza para nosotros una vida nueva. ¡Se acabó la soledad dolorosa! ¡Se acabaron las noches sin término, con sus malditos ruiseñores! ¡Váyanse al diablo ahora los ruiseñores y todos los demás pájaros! EL GRUESO ROMANO. , ya es hora de comenzar una vida de familia. ¡Silencio! Nos escuchan. ¡, ya es hora! Señores romanos, ¿quién será el primero? Nadie se mueve.

Un gentleman aviejado y cada vez más flaco, que juega y pierde en los primeros días de todos los meses, dice con desesperación á los que le escuchan, cuando ve desaparecer sobre el tapete sus últimas fichas: Yo soy el lord Lewis que aparece en ese libro sobre Monte-Carlo, escrito por «Ibanez», el novelista español.

Un poeta era para él un vidente que dice cosas muy hermosas sobre el futuro de los hombres; un profeta que sueña en la cumbre, abarcando con la mirada lo que no puede ver el vulgo hormigueante á sus pies; un ser que, al hablar, sea en la forma que sea, consigue que parpadeen de emoción los ojos de los que le escuchan, mientras un escalofrío corre por sus espaldas.

Tened en cuenta, amigo mío, que en palacio se miente mucho. Don Baltasar de Zúñiga va de embajador á Inglaterra. Nada tiene de extraño; don Baltasar ha nacido para embajador. Y entra en su lugar en el cuarto del príncipe el obispo de Osma. Así aprenderá su alteza mucho latín. No parece sino que nos escuchan dijo bruscamente Alonso del Camino , según andáis de reservado. Pues no nos escucha nadie.

El ofendido tan asombrado como furioso, y sus compañeros en cuyos rostros se pinta la estupefacción, suspenden el trabajo: aquel desnudo de medio cuerpo arriba, sin más vestimenta que un mandil de cuero, se queda parado con el martillo en la diestra y en la izquierda la tenaza que oprime la roja lamina de hierro que estaba golpeando: los cuatro mozos cuya desnudez sólo encubre un paño gris liado a la cintura, miran y escuchan al rubicundo Apolo con menos curiosidad que sorpresa.

Y sus ecos se difunden, Y se escuchan con encanto, Llenando al pueblo de espanto O haciéndole conmover: Que el vate en su inspiracion Nuestros sentidos sujeta, Y con su brazo de atleta Postra y alza nuestro ser.

¡Ah! , tenéis razón; sudo para hablar en prosa, ni más ni menos que le acontece á Montalván cuando quiere hablar en verso, ó como al duque de Lerma cuando no encuentra cosa á qué echar el guante. ¡Por la Virgen! ¡ved que estamos en casa del duque, y que nos escuchan sus criados! ¡Pues mejor! ¿Mejor? no entiendo.

Señora dijo doña María temblando de cólera ciertas supercherías no producen efecto ante la declaración categórica de la ley. La ley no la reconoce a usted por madre de esa joven. Pues yo me reconozco y declaro aquí delante de los que me escuchan, para que conste con arreglo a derecho.