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Actualizado: 21 de junio de 2025
6 El entonces les escribió la segunda vez diciendo: Si sois míos, y queréis escuchadme, tomad las cabezas de los varones hijos de vuestro señor, y venid mañana a estas horas a mí a Jezreel. 7 Y cuando las letras llegaron a ellos, tomaron a los hijos del rey, y degollaron setenta varones, y pusieron sus cabezas en canastillos, y se las enviaron a Jezreel.
Juan, escuchadme bien: no quiero que me deis una respuesta arrancada a vuestra emoción. Sé que me amáis... Y si debéis casaros conmigo, no quiero que sea sólo por amor, sino también por razonamiento. Durante los quince días que precedieron vuestra partida, pusisteis tal empeño en huir de mí, en evitar hasta la más simple conversación, que no pude mostrarme a vuestros ojos tal como soy.
La firma no es legible; sobre ella hay una gran mancha, que proviene, sin duda, de las lágrimas derramadas sobre el papel por el autor arrepentido. Entre otras cosas, escribe que nuestras pobres mujeres tienen destrozado el corazón. ¡Proserpinita querida! MARCIO. ¡Pero escuchadme! ¡Me interrumpís a cada palabra con vuestros lamentos!
Pues hablemos. Pero no á obscuras. Quevedo abrió su linterna. Gracias, mi buen caballero dijo la de Lemos ; ahora sentáos y escuchadme. Siéntome y escucho. Oíd. Doña Catalina y Quevedo, inclinados el uno hacia el otro, empezaron á hablar en voz baja.
Hacedme la gracia de escuchadme: bien sé que casada con vos, vuestra voluntad es para mí una ley; pero yo apelo á vuestra hidalguía; yo os pido, y os lo pido con toda mi alma, que por ahora no miréis en mí más que á doña Clara Soldevilla, no á vuestra esposa. ¿Me lo concedéis? Será siempre, señora, todo lo que vos queráis, menos no amaros.
Hasta entonces, querida, tendréis que dominar vuestra ansiedad, porque todo permanecerá bien cerrado. Vamos, dejad a un lado esos caprichos. Escuchadme, Marta: una vez casados podremos seguir viviendo en el castillo, si no preferís tener una casa vuestra; podéis escoger. Aquí se pueden conseguir muchos provechos, se puede vivir sin gastos y redondear tranquilamente la fortuna.
Dorotea comprendió su intención por su acento, y se apresuró á decir: Antes de pensar mal de mí, escuchadme. Habéis dicho una herejía. No por cierto. Suponed... que por un accidente cualquiera nos separásemos... hoy; que no nos volviésemos á ver... Pero eso no puede ser.
Pero, ¿qué puedo hacer? No lo sé. Escuchadme todos interrumpió el notario . Puesto que la señora y el intendente parecen arrepentidos, existe un medio para substraerlos de la ley y hasta de asegurarles la posesión de lo que les pertenece personalmente. Pueden expatriarse hoy mismo. Si aceptan mis proposiciones, les prometo mi ayuda. De ese modo evitarán la prisión, y nos evitarán graves molestias.
Se precipitó para tocar el cordón de la campanilla; pero el notario le sujetó la mano. ¿Qué significa esto? exclamó . ¿Queréis hacerme violencia en mi propia casa? No soy más que una mujer, pero... Sentaos, señora, os lo ruego, a fin de evitaros una vergüenza dijo el notario reconduciéndola a su sillón con una frialdad imperiosa . Escuchadme un momento.
Escuchadme bien... Apenas se atrevía a mirarme. Me evitaba, me huía... Me tenía miedo. Evidentemente me tenía miedo. ¡Pues bien! ¿decidme, con franqueza, si soy como para inspirar miedo? No, ¿no es verdad? Seguramente, no. ¡Ah! pero no me tenía miedo a mí, sino a mi dinero ¡a mi horrible dinero!
Palabra del Dia
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