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Actualizado: 1 de julio de 2025
En la mesa, sentado entre María Teresa y la señora Aubry, producía la impresión de la fuerza serena y tranquila, mientras escuchaba, sonriendo, las frases que revoloteaban a su alrededor. Apenas terminado el primer plato, el señor Aubry le dirigió la palabra. Y bien, amigo mío, ¿qué hay de nuevo en la fábrica? Tus últimas cartas eran un poco lacónicas. Me debes algunos detalles.
Y, como sabía que le escuchaba su amigo Anselmo, decía cosas que el que le oyera le tuviera mucha más lástima que a Camila, aunque por muerta la juzgara.
Domingo escuchaba impaciente y su caballo piafaba como si las moscas le atormentaran. Era el año que había tanta gente en el castillo, ¿se acuerda? ¡Ah, como...! Pero una huida del caballo cortó la frase y dejó al tío Jacobo con la boca abierta.
Cecilia se estremeció levemente y levantó un poco los ojos hacia el sitio donde se escuchaba la voz de Gonzalo.
Otras noches, sentados en la loggia, escuchaba el príncipe á Novoa ante el nocturno espectáculo del cielo y del mar. No había más luz que el velado resplandor que llegaba desde un salón lejano. La costa estaba obscura. La silueta de Monte-Carlo y de Mónaco se recortaba sobre el fondo estrellado, sin un solo punto rojo.
Había querido con el alma a su pobre hermano, le quería aún; si había muerto fue por no creerla a ella, a ella que no había tenido valor para ser esquiva y fría con un hombre tan enamorado. Pero el valentón la escuchaba acentuando cada vez más su sonrisa, que era ya una mueca. ¡Calla, filla de la Bruixa! Ella y su madre habían muerto al pobre Pepet.
Por las tardes, cuando reunidos los jóvenes, ponderábamos las magníficas colocaciones que habíamos abandonado, y cuán tristes habían quedado nuestros amigos al vernos partir; cuando enseñábamos daguerreotipos, y bucles de cabello, y hablábamos de María y de Susana, el pobre hombre solía sentarse entre nosotros y nos escuchaba penosamente humillado, aunque sin decir esta boca es mía.
Viendo que permanecía quieto, añadió: ¿No sabe usted a su casa? Venga entonces conmigo. Me condujo al través de algunas galerías hasta la entrada de un jardín, y señalándome con la mano una casita que había en el fondo de él, me dijo: Allí es. Llame usted fuerte, porque la criada es sorda. Le di las gracias, pero ya no me escuchaba.
No se escuchaba en la estancia otro rumor que el de las páginas en el silencio. De pronto, una onda ignota, un soplo, algo inexplicable, hízole mirar hacia afuera.
Las dos beatas se alejaron en busca de otro confesonario menos concurrido. Realmente á ellas les agradaba poco el Padre Paulí á pesar de su fama. Siempre escuchaba con impaciencia, cuando á través de la rejilla percibía el olor agrio de las mantillas viejas. Mostraba prisa con aquellas intrusas que se mezclaban en su elegante rebaño.
Palabra del Dia
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