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Actualizado: 1 de noviembre de 2025
¡Explicaba la formación del Gulf Stream! Nadie lo hubiese creído al ver detrás de sus lentes unos ojos acariciadores y tímidamente amorosos. Ella escuchaba con un fervor de admiradora; pero Miguel, que conocía á las mujeres, creyó adivinar su verdadero pensamiento.
Ven aquí, tú dijo designando á un pequeño, serio y gordo, de mirada penetrante y cejas fruncidas, que había estado chupándose un dedo mientras escuchaba gravemente la conversación . Te confiero el poder de juzgar á tus iguales.
Lo sé de fijo por el mismo abogado de aquí». ¡Pin, pin! Y Amparo, a su vez, escuchaba frases coléricas: «Si te dieron palabras, que te las cumplan». ¡Pinnn!... Una hoja purpúrea descendía con lentitud.... «Baltasarito, hijo, van a cogerse ciento y no sé cuántos miles de duros, si ganan».
Y Pep seguía el relato de sus viajes extraordinarios, bajo la mirada de asombro de su mujer, que escuchaba por milésima vez estas maravillas, siempre nuevas.
Todo el mundo lo sabía; le habían consumido con malas bebidas... Y si él la escuchaba ahora sería capaz de embrujarlo también. Pero no; él no caería como el tonto de su hermano.
Los tertulios escucharon dos o tres minutos con atención: luego cada cual anudó la conversación interrumpida con su vecino. De tal suerte que a los cinco minutos nadie escuchaba a la notable joven más que su entusiasta mamá.
Cuando sus entusiastas llegaban con algún periódico taurino que «venía ardiendo», lo que significaba siempre ataques para sus rivales de profesión, Gallardo lo daba a leer a su cuñado o a Carmen, y escuchaba con sonrisa beatífica, mascullando el puro. ¡Eso está güeno! Pero ¡qué plumita de oro tienen esos niños!...
El negro que escuchaba su relato, ofreciose en seguida a tomar su kandjar, e ir a matar a L'Ambert. Ahmed-Bey le dio las gracias por sus buenas intenciones, y lo echó a puntapiés de la estancia. ¿Y qué haremos ahora? preguntó el bueno de Ayvaz; ¿qué haremos, amigo mío? Una cosa muy sencilla replicó el interrogado: mañana por la mañana le cortaré la nariz.
Martínez, con botas altas, dos revólveres al cinto y su gran sombrero campesino de fieltro adornado con el águila de general, escuchaba á su jefe de Estado Mayor. Todo está listo. Nuestra gente se muestra conforme. Ya se aburría de tanta paz. ¿Qué grito damos? «¡Han violado la Constitución! ¡Abajo el gobierno!» dijo gravemente el caudillo. Eso ya lo hemos gritado, general.
El tío Frasquito le escuchaba atento y boquiabierto, creyendo ver apuntar en el corazón apasionado de Malek-Adhel aquellos alborotos misteriosos que trocaron los de Rancés y Mañara... Mas de repente, dejando Jacobo el tono sentimental de su perorata, preguntóle en prosa llana dónde andaba a la sazón su mujer Elvira.
Palabra del Dia
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