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Actualizado: 1 de julio de 2025
Lucía, que caída la labor en el regazo escuchaba con vida y alma, púsola toda en sus ojos para preguntar, mudamente, algo a Sardiola.
Eulalia le escuchaba sin disgusto, que era lo mejor que podía esperarse de esta severa doncella. Al fin Romillo llamó la atención de todos, sacando del bolsillo del gabán un lindo artefacto, que según dijo le acababan de enviar de París.
A veces una cascada de notas irónicas y risueñas cortaba el canto, después la estrofa volvía, tierna, honda, cual un gemido, elevándose hasta los cielos, negros ya como la tinta. Lucía escuchaba, y el convoy, despacioso, hacía el bajo, sosteniendo con su trepidación grave, las voces de los cantores. La llegada a Bayona sorprendió a Artegui y Lucía como el despertar de prolongado sueño.
Ramiro reconoció al Conde de Fuensalida por el ceñido traje de gorgorán bordado de oro, que semejaba de lejos damasquinada armadura. La plebe les miraba absorta y enmudecida, y no se escuchaba otro rumor que el de los cascos sobre las piedras. Hubiérase dicho un desfile de animadas estatuas ecuestres y funerarias. La llegada de los primeros penitenciados suscitó de nuevo el vocerío popular.
Calló un momento Isidro, gozándose en la curiosidad del doctor, que le escuchaba muy atento.
A la vista de aquel tesoro, relucieron los ojos del cocinero mayor, le acometió un vértigo, y se asió á la mesa con ambas manos para no caer. ¡Oh! ¡si todo esto fuera mío! exclamó olvidado de que le escuchaba el joven. Este por su parte no le oyó, porque su interés estaba vivamente excitado. Pero en la expresión de su semblante se comprendía que no era la codicia la causa de aquel interés.
Esto se lo pedía, pues, con un especial interés. Adriana escuchaba. Comienza por avisarle, intervino Lucía Moreno, que también Adriana irá. No, a mí me ve todos los días, pero debe ir por la religión y por el encanto de Nueva Pompeya. Su iglesia se ve desde el tren como una miniatura. ¡Qué alegría, Julio! ¡Si usted supiera lo que me trae a la memoria!
Y escuchaba como un zumbido dulce sus palabras, sin saber ciertamente qué decía, embriagándose con su música, pensando al mismo tiempo en el porvenir que rápidamente se había abierto ante ella, como una salida de sol que rasga las nubes.
Marianela estaba atónita y petrificada de asombro, lo mismo que en el primer instante de la aparición. Antes había visto a la Virgen Santísima, ahora la escuchaba.
Federico trató de calmarla; pero viendo que no lo escuchaba, pasó por la abertura y desapareció tras de la cerca. ¿Qué hay? ¿Qué ha sucedido? exclamaron a un mismo tiempo la viuda y la campesina, que habían acudido al jardín . ¿Quién ha hablado de la condesa en voz tan alta y amenazadora?
Palabra del Dia
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