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Actualizado: 1 de julio de 2025


Sabida de todos es la particular inclinación que tienen las planchadoras a ver a los buenos ricos y felices y a los malos abatidos y miserables. Miguel participó muy pronto de estas ideas: y aunque la bella narradora agotó prontamente el repertorio de sus fábulas, cada día las escuchaba con más atención y deleite.

Cuando marchaban juntos por la calle de Atocha, el aragonés escuchaba las palabras de su desconocido favorecedor con la tranquila atención de la inferioridad; admiraba sus maneras, su entendimiento, su fisonomía, su modo de expresarse, y en aquel momento le pareció el más cumplido caballero que había visto.

Nunca vi en él otra cosa que un sentimiento purísimo, encanto de la vida, sacado por Dios del seno de la luz para regalo del universo. Todas las melancolías y tristezas que de él escuchaba referir, todos sus anhelos, dolores y martirios, me parecían un acompañamiento obligado que servía tan sólo para hacer más dulce y sonora su música.

Mina le escuchaba con ojos de adoración y una pálida sonrisa de miedosa incredulidad. «No... cabina, noPor no seguir el curso de sus peticiones trémulas de deseo, le interrumpía solicitando que le indicase en español la equivalencia de ciertas palabras. Ansiaba hablar la lengua de él. No, querido suspiraba respondiendo a sus súplicas . No, mi novio... Cabina, no... Boca... boca nada más.

Su padre había suministrado el dinero: pero ella la actividad, el gusto, el artificio. Escuchaba las enhorabuenas que todos al paso la murmuraban, mecida en una embriagadora satisfacción del amor propio. La felicidad le hizo pensar en el amor, su complemento indispensable.

Además, sobre su imaginación de mujer ejercía cierto encanto el misterioso pasado de Gabriel, su altivez silenciosa, la vaga fama de sus aventuras y aquella sonrisa un tanto compasiva y desdeñosa con que escuchaba a las gentes del claustro alto.

Tomaba su revancha en los cuentos, pues sabía muchos, y ella los escuchaba con embeleso, abierta la boca de par en par y los ojos clavados en el narrador.

D. Jaime entonces varió de táctica: ya que no podía seducirla con los halagos, intentó corromperla con las palabras. Principió con los cuentos verdes, que Rosa escuchaba sin comprender la mayor parte de las veces, bien que él entonces cuidaba de explicárselos.

En la campiña tampoco se escuchaba ninguno de los gratos ruidos que acrecientan el misterio de la noche y llenan el alma de suave melancolía.

Pero don Fernando, Cardenio y el cura le hicieron más llanos y más cortesanos ofrecimientos. En efecto, el señor oidor entró confuso, así de lo que veía como de lo que escuchaba, y las hermosas de la venta dieron la bienllegada a la hermosa doncella.

Palabra del Dia

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