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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Verdaderos cortinajes de piedra con innumerables y elegantes pliegues, coloreados á trozos por el ocre de rojo y amarillo, se extienden como escaparates de tejidos en las entradas de las salas; en el interior se suceden hasta perderse de vista las columnas con basamentos y capiteles adornados con relieves caprichosos; monstruos, quimeras y grifos, se retuercen en grupos fantásticos en las naves laterales; altas estatuas de dioses se levanten aisladas, y á veces, á la luz de las antorchas, parece que su mirada se anima y que, con enérgico ademán, alargan sus brazos hacia nosotros.

Más tarde, después de admirar el artificio de Juanelo, que remontaba el agua del río hasta el Alcázar, o de recorrer, uno a uno, los escaparates de las espaderías, íbase a visitar las iglesias; y, casi siempre, una hora antes del toque de oraciones, sin más que levantarse el mostacho con los dedos, entraba en el Zocodover y poníase a pasear por la plaza o por debajo de los soportales, hasta la noche.

Las jugadoras modestas sentían el capricho de un sombrero caro á la salida del Casino; los que necesitaban continuar sus combinaciones con nuevo capital no tenían mas que dar unos cuantos pasos para empeñar la alhaja; en los escaparates de las joyerías, el collar de perlas de un millón, las esmeraldas de trescientos mil francos, se exhibían durante el invierno, exacerbando el capricho femenil, y en verano emigraban á los balnearios célebres, para continuar su deslumbradora y muda tentación.

En los escaparates de una confitería en la calle de San Honorato descubrimos un Pio IX de azúcar, y en la esquina del gran hotel del Louvre, hácia la plaza del Palacio Real, un Napoleon de chocolate, montado á caballo. Digo la verdad, sin embargo de no ser pontífice ni emperador, no me sabria bien que una escultura tan original confiase el secreto de mi fama al chocolate y al azúcar.

Expulsada de aquellos sitios por su propia delicadeza y buen gusto, solía dirigirse hacia el Norte y acercarse a la Puerta del Sol «para respirar un poco de civilización». Pero no se aventuraba mucho por los barrios del centro, porque la vista de los escaparates, llenos de objetos de vanidad y lujo, le causaba tanta pena y desconsuelo, que era como si le clavasen un dardo de oro y piedras preciosas en el corazón.

De todos modos, me anima la esperanza de que este relato ligero tal vez resulte más entretenido para el lector que muchas novelas de moda reciente, en las que se emplean trescientas páginas sólo para preparar el encuentro á puerta cerrada de dos personas de distinto sexo, llegando así á la escena «culminante» de la obra, que es simplemente una escena de «libro verde», escrita con las precauciones necesarias para bordear el Código y que el volumen pueda exponerse sin peligro en los escaparates de las librerías.

Mas ni la muchedumbre, ni los monumentos, ni los escaparates de las tiendas, ni siquiera los hermosos jacos de cuatro y cinco años lograron llamar la atención de nuestro aldeano. Pasaba por delante de todo ello como si no lo viese.

Las casas en fila, las aceras de ladrillos rojos, los balcones con persianas, todo lo admiró con la simpleza de un salvaje del interior que llega a una factoría de la costa. Detúvose ante algunas ventanas convertidas en escaparates, examinando los géneros expuestos con la misma delectación que había contemplado en otra época las lujosas vitrinas de los bulevares o del Regent Street.

Las calles estaban cuajadas de gente; las luces de los faroles y las de los escaparates iluminaban las aceras y los rostros de los transeúntes que se detenían a mirar los objetos exhibidos. La villa entera salía en esta hora a gozar de las dulzuras de la civilización, que trasforma la noche en día, el silencio en ruido, la soledad en confusión y algazara.

Ya, ya vería el bobillo con quién trataba... Pensando en estos y otros planes, recorría despacio las calles para volver a su casa; deteníase ante los escaparates de modas y de joyería, y hacía mil cálculos sobre la probabilidad más o menos remota de poseer algo de lo mucho valioso y rico que veía. La tristeza de Madrid en tal época aumentaba su tristeza.

Palabra del Dia

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