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Algo delante elévase una colosal estatua, una Bavaria de noventa y dos pies de altura, erguida sobre el último rellano de una de esas grandes escalinatas tan melancólicas que ascienden al descubierto entre el verde follaje de los jardines públicos.

Algunas tardes subía en el aire rosado el agua de los surtidores, empapando al caer las escalinatas y los follajes. Ramiro aficionose muy pronto a la vida libre que llevaba en la heredad. Cuando hubo cumplido los trece años, Medrano, que solía alojarse con su hija Casilda en las cuadras bajas del granero, enseñole, en el caballejo de un gañán, todos los rudimentos de la jineta y de la brida.

Y al pensar en el estado ruinoso en que halló su lengua materna y en lo que con ella ha hecho, imaginábame uno de esos vetustos palacios de los príncipes de Baux que se ven en los Alpilles: sin techo, sin balaustradas en las escalinatas, sin vidrios en las ventanas, quebrado el trébol de las ojivas, corroído por el moho el escudo de las puertas; gallinas picoteando en el patio de honor, cerdos hozando bajo las esbeltas columnillas de las galerías, el asno paciendo dentro de la capilla, donde crece la hierba, las palomas bebiendo en las grandes pilas de agua bendita, rebosantes de agua de lluvia, y finalmente, entre esos escombros dos o tres familias de labriegos que han construido chozas alrededor del vetusto palacio.

Allí todo es voluptuoso, risueño, tentador. Ya se divierte uno en querer hallar la pronta salida de los laberintos de arrayan, ó en descifrar las alegorías de todas formas trazadas en el suelo por medio de los mismos arbustos de arrayan hábilmente dispuestos; ya se goza en admirar los grupos floridos, los juegos de aguas ingeniosísimos y sorprendentes, las numerosas fuentes de formas arábigas y las escalinatas de mármol donde el sol andaluz brilla con todo su esplendor.

Entró.... Dos o tres, estancias oscuras llenas de muebles viejos y de objetos de culto, de esos que bien podrían llamarse decoraciones, tales como cortinas, escalinatas, templetes, pabellones, piezas de monumento, etc., separaban el coro del claustro alto. Los asesinos no habían penetrado aún allí.

Una noticia parecía circular por los dos planos del jardín, haciendo surgir personas de los senderos, de los grupos de palmeras, de las murallas de vegetación. Lubimoff se dejó arrastrar por esta alarma, volviendo sobre sus pasos. Vió de lejos una mancha creciente y bullidora, un grupo al que se iban uniendo las filas serpenteantes de curiosos que bajaban corriendo las escalinatas.

Fuera del palacio, unos jardines de tres siglos se extendían al pie de amplias escalinatas de mármol con las balaustradas rotas bajo la pesadez de tortuosos rosales. Los peldaños, de color de hueso, estaban desunidos por la expansión de las plantas parásitas.

El tiempo habia hecho su oficio: todas las construcciones poco sólidas se habian reducido á polvo: la tierra, tan afanosa por tragar los monumentos de los hombres que le arrancan los tesoros de sus entrañas, habia recobrado lo suyo, y con su incesante é imperceptible crecimiento cubierto ya las marmóreas escalinatas rotas, los pavimentos de piedra desnivelados, los acueductos, algibes, estanques, fuentes, baños: todo lo somero y profundo, sobre lo cual tendió largos años su capa de nieves y barrizales el aterido invierno, su verde manto de grama la alegre primavera, sus tejidos de cardos, espinos y punzante maleza el abrasado verano, y el otoño su seca y amarilla vestidura de despojos.

El camino, en el que se emplean seis horas, es realmente pintoresco. El eterno aspecto de la montaña, pero realzado aquí por la vegetación, los cafetales cubriendo las laderas, y aquellas gigantescas escalinatas talladas en el cerro a fin de obtener planos para la cultura, que recuerdan los curiosos sistemas de los indios peruanos bajo la monarquía incásica.

Era un chalet que parecía escapado de una caja de juguetes; un edificio construido por contrata, tan bonito como frágil, con sus tejados rojos y escalinatas con jarrones de yeso, situado en el centro de un jardincillo excavado en las rocas, con dos docenas de árboles tísicos que gemían melancólicamente, martirizadas sus raíces por la capa de dura piedra que encontraban a pocos palmos del suelo.