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El camino, en el que se emplean seis horas, es realmente pintoresco. El eterno aspecto de la montaña, pero realzado aquí por la vegetación, los cafetales cubriendo las laderas, y aquellas gigantescas escalinatas talladas en el cerro a fin de obtener planos para la cultura, que recuerdan los curiosos sistemas de los indios peruanos bajo la monarquía incásica.

Las observaciones del señor Methfessel corroboran lo que ya se deducía de las de otros viajeros, y las que me había sugerido una escursion á esos puntos en 1876. En ellos, florecieron en otro tiempo pueblos bastante adelantados, que se desarrollaron antes de la invasion incásica.

El primero, nos ha dado una buena série de observaciones sobre Tiahuanaco, pero disponiendo de reducidos elementos de consulta, ignorando los otros grandes vestigios de viejas sociedades de los valles centrales ó de la costa del Perú y los esparcidos en la República Argentina, con la única base de sus observaciones en la meseta del Lago Titicaca, se concretó á la descripcion de lo que había esplorado, considerando á esas ruinas como vestigios del arte aimará, anteriores á la dominacion incásica, dinastía que empieza, segun D'Orbigny, con la fundacion del Cuzco por Manco-Capac, salido del Titicaca en el siglo XI. Incurrió con esto, siguiendo á Garcilaso, en la creencia errónea de la modernidad de la dinastía, sin detenerse á pensar que es imposible que naciones como la Quichúa y la Aimará, que profesaban el culto de la tradicion, olvidaran tan pronto el esplendor de una civilizacion como la del Titicaca y sus inmediaciones, que debía todavía existir en la época de la aparicion de Manco-Capac, porque un legislador como éste no brota del desierto, ni que tal civilizacion se destruyera tan rápidamente que sus vestigios fueran considerados como antiguallas de tiempo desconocido por los mismos indígenas, al llegar los Españoles.

Angrand, en su importantísima carta sobre las antigüedades de Tiahuanaco, les atribuye un remotísimo orígen, con razon, y se inclina tambien á admitir una mayor duracion á la dinastía incásica, que la asignada generalmente.

La huella es única, la mula marcha a su voluntad, no había otro medio de transporte, y el indio, que durante la monarquía incásica vivía y moría en el mismo pedazo de suelo, como el siervo feudal, encargaba siempre, por la tradición, de su raza, que en caso de muerte, lo confiasen a su mula fiel, que lo llevaría a reposar entre los suyos.