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Actualizado: 3 de junio de 2025
Pues bien: algunas horas antes de la que señalaron para la partida salí a la calle, impulsado por un sentimiento de amor hacia los laberintos de aquella ciudad que en sus repliegues escondidos había dado un asilo a mi tristeza. Sentía salir de Córdoba como siente el ermitaño dejar su cueva.
Hablaba el ermitaño del destino, de la justicia, de la moral, del sumo bien, de la humana flaqueza, de las virtudes y los vicios con tan viva y penetrante eloqüencia, que Zadig por un irresistible embeleso se sentia atraído hácia él, y le rogó con ahinco que no le dexara hasta que estuviesen de vuelta en Babilonia.
Tal vez hinquen el diente en sus carnes... El ermitaño reflexiona y emplea toda su industria para que así no suceda; mas, sólo puede valerse de su pie, útil para todo. De ese pie, con el que intenta cerrar la entrada de su casa, se despliega á lo largo un apéndice resistente que hace las veces de puerta. Colócalo en la abertura y helo ahí encerrado dentro de su morada.
-No lejos de aquí -respondió el primo- está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy discreto y caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado a su costa; pero, con todo, aunque chica, es capaz de recibir huéspedes. ¿Tiene por ventura gallinas el tal ermitaño? -preguntó Sancho.
"¿Es vuestra merced acaso?" le dije yo . Y él me respondió: "¿Pues qué otro? ¿No ve la mella que tengo en los dientes? No tratemos de esto, que parece mal alabarse el hombre." Yendo en estas razones, topamos en un borrico un ermitaño con una barba tan larga, que hacía lodos con ella, macilento y vestido de paño pardo.
Ese mismo favor os pido yo; juradme por Orosmades, que sea lo que fuere lo que me veais hacer, no os habeis de separar de mí en algunos dias. Jurólo Zadig, y siguiéron juntos ámbos su camino. Aquella misma tarde llegáron á una magnifica quinta, y pidió el ermitaño hospedage para sí y para el mozo que le acompañaba.
Esta es una tradición se atrevió a decir cuando el rústico acabó su relato. Ya comprenderá usted, señora, que aquí nadie acepta tales cosas. Así lo creo contestó gravemente la hermosa desconocida. Traición o no, Don Rafael gruñó el ermitaño con descontento así lo contaba mi abuelo y todos los de su época, y así lo cree la gente. Cuando tanto se ha dicho, por algo será.
Al sentirse fatigado de aventuras y glorias, desceñíase la tizona, abandonaba el corselete y se cubría con el hábito de fraile. Otras veces, en plena juventud, bastaba un revés de fortuna, un desengaño de amor, para que el capitán fastuoso y cruel se convirtiese en ermitaño del desierto, alimentándose de raíces frente a una calavera y una cruz de palo.
La traza, la barba y el libro del ermitaño infundiéron respeto en Zadig, y en su conversacion encontró superiores luces.
Revístese, pues, de la forma de un ángel, y le dice «que vaya á Nápoles para salir de dudas y recelos, y que en esa ciudad hay un cierto Enrico sabedor de su propio destino, puesto que Dios ha ordenado que sea idéntico el fin de ambos.» El ermitaño da crédito á esta visión engañosa y se pone en camino, esperando que Enrico será un modelo de virtud y de devoción. ¡Cómo se engaña el desdichado!
Palabra del Dia
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