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Actualizado: 3 de junio de 2025
Pues aquí tienes la carta, ¡oh venerable y profundo sabio! dijo la Princesa, poniendo en manos del ermitaño el misterioso escrito. Al punto voy a descifrártela, contestó el ermitaño, y se caló los espejuelos, y se acercó a la lámpara para leer. Has de dos horas estuvo leyendo en alta voz en la lengua en que la carta estaba escrita.
En este trage iba siguiendo la corriente del Eufrates, desesperado, y acusando en su corazon á la Providencia que no se cansaba de perseguirle. El ermitaño. Caminando, como hemos dicho, se encontró con un ermitaño cuya luenga barba descendia hasta el estómago. Llevaba este un libro que iba leyendo muy atentamente.
Apenas oyó esto Sancho Panza, cuando encaminó el rucio a la ermita, y lo mismo hicieron don Quijote y el primo; pero la mala suerte de Sancho parece que ordenó que el ermitaño no estuviese en casa; que así se lo dijo una sotaermitaño que en la ermita hallaron. Pidiéronle de lo caro; respondió que su señor no lo tenía, pero que si querían agua barata, que se la daría de muy buena gana.
Arrima una noche á la ventana una escala, y quiere penetrar en su habitación á tiempo que se presenta un piadoso ermitaño, llamado Don Gil, y lo disuade con sus vehementes exhortaciones de su indigno propósito.
Mal año fué, con todo esto probado, para el hermano ermitaño, el año de 1624, pues el 30 de Noviembre salio en el auto público de fé celebrado en la Plaza de San Francisco con 43 penitenciados más, siendo condenado á sufrir cien azotes de los más enérgicos, á «reclusión perpétua en un hospital ú convento donde no comulgase sino las Pascuas, ó para ganar algún jubileo en artículo de la muerte.»
Fué afectuosa su separacion, y con especialidad Zadig se quedó penetrado de estimacion y cariño á tan amable huésped. Quando estuvo con el ermitaño en su aposento, hiciéron ámbos un pomposo elogio de su huésped. Al rayar el alba, despertó el anciano á su camarada. Vámonos, le dixo; quiero empero, miéntras que duerme todo el mundo, dexar á este buen hombre una prueba de mi estimacion y mi cariño.
Sus manos, cubiertas con guantes gruesos de lana de color verde claro, se apoyaban en un enorme garrote de serbal lleno de nudos. Iba vestido con un largo capote de paño pardo; cualquiera hubiera creído que era un ermitaño. Cada vez que se levantaba un rumor de algún lado, el señor Jerónimo volvía lentamente la cabeza y se ponía a escuchar, frunciendo las cejas.
Su sorpresa fue, pues, grande cuando Jacobo, con la austeridad de un san Pablo primer ermitaño y la fortaleza de un san Antonio en el desierto, se negó rotundamente a salir del hotel, diciendo que había jurado no pisar el impuro suelo de París, que jamás tomaría en la mano una carta y que no pareciéndole ya conveniente marchar a Madrid a causa del cambio político, había decidido salir a la mañana siguiente para Biarritz, donde pensaba intentar una reconciliación con ¡polaina! ¡con su mujer!...
Ni quiero ni debo, replicó el vetusto y secular ermitaño; pero sí os diré lo que la carta contiene de interesante para vosotras, y os lo diré en brevísimas palabras, sin pararme en dibujos, porque los momentos de mi vida están contados y mi muerte se acerca.
Cual la celda de un mísero ermitaño queda abierta a los vientos del desierto, así mi corazón quedóse abierto al soplo huracanado del engaño. Del fondo de mi vida agonizante se alzaba aquel recuerdo torturante, en su quietismo silencioso y vago, cual se alza en las mañanas invernales la bruma de las nieblas invernales sobre las aguas límpidas de un lago.
Palabra del Dia
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