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La encantada selva de representaciones poéticas, tan increíblemente frondosa que envolvía por todas partes su espíritu, cegábalo para cuanto no fueran ellas.

Un gabán obscuro la envolvía del cuello a los pies. Su rostro estaba medio oculto por un ancho sombrero y un velo tupido. Ella, que en los días anteriores evitaba todo encuentro con Fernando, pasó repetidas veces junto a él. Hasta creyó adivinar a través del velo que sus ojos le miraban intencionadamente.

El joven la estrechó con fraternal afecto, creyéndose perdonado. Los novios ocuparon las habitaciones que doña Paula había destinado a su hija primogénita. La vida comenzó a deslizarse serena en apariencia. Gonzalo advertía, no obstante, con pesar, que no les envolvía esa atmósfera tibia y afectuosa que hace tan grato el hogar doméstico.

El tratamiento, la burla que envolvía la pregunta y la presencia de las jóvenes, sobre todo, hirieron de tal modo á Soledad, que permaneció clavada al suelo sin acertar á responder. Vencida al cabo, en parte, su confusión por un supremo esfuerzo, dijo con voz apagada: Vengo á preguntarte si quieres que nos vayamos... Pronto serán las cinco... Usted se puede ir cuando guste.

El grande hombre vaciló un momento, atolondrado por la onda de carne femenil que caía sobre él, por el perfume incitante que le envolvía, por los labios suaves que buscaban los suyos, enredando la barba en los dientes de láctea blancura. Pero fué la debilidad de un instante, que pasó como una ráfaga.

Se hallaba sentada en un rincón, teniendo a su lado a Jaime Moro, bien a la vista de D. Pedro. Moro, distraído como siempre. La esposa de Quiñones necesitaba hacer prodigios de habilidad para sostener la conversación, le sonreía, le mimaba, le envolvía en una red de palabras melosas, que acentuaba fuertemente con la sonrisa a fin de llamar la atención de D. Pedro.

Aquí, señora. Dádmela. No veo... no veo dónde está, señora. La abadesa se levantó y pidió una luz, que fué traída al momento. Entre el fondo iluminado de la parte interior del locutorio y la reja, había quedado de pie, escueta, inmóvil, la negra figura de la abadesa, semejante á un fantasma siniestro. No se la veía el rostro á causa de su posición, que la envolvía por delante en una sombra densa.

De veras que debí darle la peseta... ¡Pobrecilla! Si mañana tuviera tiempo, la buscaría para dársela». El reloj de la Puerta del Sol dio la hora. Después Moreno advirtió el profundísimo silencio que le envolvía, y la idea de la soledad sucedió en su mente a las impresiones musicales. Figurábase que no existía nadie a su lado, que la casa estaba desierta, el barrio desierto, Madrid desierto.

No quiso dormir más, como si temiera sufrir de nuevo las negras pesadillas del ensueño. Prefería la realidad: aquel silencio de la catedral que le envolvía en una dulce caricia; la calma augusta del templo, inmenso monte de piedra labrada que parecía pesar sobre él aplastándolo, ocultando para siempre su debilidad de perseguido.

El Duque se presentó con levita negra y sombrero de copa, un tanto más pálido que de ordinario, pero afectando una calma desdeñosa, sin faltar a la cortesía. Traía en la boca un cigarro puro, y se envolvía en ligeras nubes de humo, mientras caminaba a la par de Soldevilla.