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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Poco después se abrió aquella ventana y dejó ver únicamente su fondo obscuro. Luisa arrojó á aquel fondo el papel que envolvía el pan y que entró por el vano obscuro de la ventana que acababa de abrirse.
Fuera habíase recrudecido el temporal al expirar el día, y era aquello un estrépito, una descarga cerrada, un surgidero de espumarajos, la batalla entre los peñascos y las aguas. Un golpe de viento de alta mar penetraba de vez en cuando en la caleta y envolvía nuestra casa.
El remordimiento que la infidelidad a Jesús despertaba en ella, era de terror, de tristeza profunda, pero se envolvía en una vaguedad ideal que lo atenuaba; el remordimiento de su infidelidad al amigo del alma, al hermano mayor, a don Fermín era punzante, era el que traía aquel asco de sí misma, el tormento incomparable de tener que despreciarse.
Leonora, al cantar frente a aquel hombre famoso, al agarrar en pleno dúo aquellas manos que habían besado las reinas del arte, sentíase profundamente turbada. Era el mundo soñado en su cuartito de Milán, las grandezas aristocráticas que llegaban hasta ella en el ambiente fuertemente perfumado que envolvía a Salvatti.
Cuando me encontré a pie y a regular distancia del combate, que seguía con ventaja para los españoles, empecé a sentir vivamente y de un modo irresistible el aguijón candente de la sed que horadaba mi lengua, y la corriente de fuego que envolvía mi cuerpo. Esto me daba tal desesperación, que de prolongarse mucho hubiérame impelido a beber la sangre de mis propias venas.
Tu amor era la atmósfera que me envolvía, la sonrisa de tus ojos el rayo de sol que me daba la vida, y tu palabra, que consolaba y exhortaba, era esa voz divina que todos llevamos en nosotros, esa voz sublime que escuchamos sin comprenderla. ¿Y cómo te he agradecido todo eso, hermana querida? He llegado a ser una extraña para ti.
Mucho hay de eso dijo Ojeda con exaltación pero yo admiro al Almirante, fuese de donde fuese y tuviera la sangre que tuviera, como un soñador enérgico, que no descansó hasta levantar una punta del misterio que envolvía al mundo. Admiro en él sus errores estupendos y las teorías bizarras que por caminos tortuosos le llevaron hasta la verdad.
Una noche de otoño descendía sobre la tierra y la envolvía con un velo de niebla azulada. Los dos molosos saltaron a mi encuentro, y volvieron a partir al galope hacia las ruinas del castillo. Maquinalmente, seguí la dirección que ellos habían tomado, caminando medio dormida, pues los vapores que llenaban el cuarto de la enferma me habían aturdido.
Rafael estaba en el balcón, junto a Leonora, con la mirada perdida en la obscuridad, arrullado por la música de aquella voz, que con marcado interés le hacía preguntas sobre el desesperado viaje por el río. La finura de aquella capa que le envolvía, dábale la sensación de una epidermis satinada y tibia.
Su primera ojeada era todo un examen. Me envolvía en aquella amplia y deslumbradora mirada que quería sondear mi conciencia y reconocer en el fondo de mi corazón las tempestades formadas o resignadas desde el día anterior. Su primera frase era una interrogación: «¿Cómo le va a usted?» Aquel ¿Cómo le va a usted? significaba: «¿Es usted más razonable?»
Palabra del Dia
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