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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Á las primeras palabras dirigidas afectuosamente al aldeano, los que detrás de él formaban silenciosos, adelantaron un paso, y á la cuarta pregunta del de la corte, un círculo compacto de curiosos le envolvía, disputándose todos la ocasión de oir la voz del señor forastero, y de seguir de cerca con la vista el movimiento de sus brazos y la dirección de su mirada.

Pasaba el buque, con una rapidez igual a la de las mutaciones escénicas, del sol ardoroso a una penumbra lívida de tempestad. La lluvia lo envolvía con un trágico acompañamiento de relámpagos y truenos estentóreos; truenos como sólo se oyen en la soledad del Océano.

El perfume de sus pañuelos la embriagaba, deslumbrábale el brillo de sus joyas, y las palabras lisonjeras, insinuantes, con que la envolvía sin cesar arrullaban dulcemente su corazón virginal. Según trascurría el tiempo iba perdiendo paulatinamente aquel humor chancero. Se había hecho más grave, más reservada y tímida. Creció asimismo su susceptibilidad hasta lo indecible.

Cuando hubo cerrado la carta, salió del jardín de invierno con paso algo inseguro por lo movedizo del suelo. Abrió una puerta de gran espesor, semejante a un portón de muralla, y tuvo que llevarse una mano a la gorra al mismo tiempo que le envolvía una tromba glacial. Se vio en uno de los paseos del buque.

En las afueras, el mismo movimiento. La mañana, con su exceso de luz y actividad, envolvía a los dos trasnochadores, como para avergonzarles por su empeño.

La amontonada nieve bajaba hasta no muy lejos del camino, si era camino el desfiladero, cada vez más angosto, por donde marchaban. Lo terrible de aquella peregrinación estaba por cima de todo encarecimiento cuando la noche envolvía en sus tinieblas a los viajeros. Una noche, por último, fue indescriptible la angustia de todos.

D.ª Carolina seguía con el mismo humor benigno, rigiendo la casa a su talante, aunque siempre por delegación de su esposo. No obstante, una nube de malestar y tristeza, de la cual en el fondo todos se daban cuenta, envolvía a la familia.

Y doña Manuela, animada por estas ilusiones que garantizaban su futura tranquilidad, envolvía la mesa y sus comensales en una mirada infinita de benevolencia y cariño. Todo marchaba bien. Andresito y Amparo se pellizcaban por debajo de la mesa; Roberto se acercaba de un modo inconveniente a Conchita; la mamá lo veía todo, pero sonreía con dulce tolerancia.

Todas estas noticias, que recogía de un lado y de otro disimulando, por supuesto, su proyecto, no eran a propósito para apartarle de él. El misterio impenetrable que envolvía el carácter de aquel hombre le interesaba cada día más, y más le atemorizaba.

La luz parecía que resbalaba sobre ella sin penetrarla; sus mil torrecillas no tenían fuerza para romper enteramente la atmósfera opaca que las envolvía.

Palabra del Dia

bagani

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