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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Algo se había roto en su interior: la voluntad, desmenuzándose en polvo, que envolvía sus sentidos como una niebla. ¿Qué hacer?... Ni el más angosto sendero quedaba abierto ante su iniciativa. Alicia le odiaba como si fuese un enemigo. ¡Adiós para siempre!... Quedaba el otro, pero este hombre era invulnerable para él.
Esto lo consideré un triunfo de mi habilidad diplomática, porque, hasta cierto punto, poseía sobre ella una completa influencia, como que había sido su mejor amigo durante esos días tristes y penosos de sus años pasados. Pero cuando ya se trataba de un asunto que envolvía el honor de su padre, era enteramente impotente y nada conseguía.
Y de nuevo, oprimía contra él el brazo de la joven. Cuando llegaron al umbral de los salones iluminados a giorno por globos eléctricos revestidos de flores, Huberto la enlazó y la arrebató en vertiginosos giros, al son de una orquesta de zíngaros. En su vestido de tul que la envolvía como una nube, esfumando graciosamente sus formas finas y puras, María Teresa estaba interesantísima.
Era el marqués del Valle de Oaxaca, don Hernán Cortés, que había conquistado Méjico y venía en la expedición ansioso de medirse con los antiguos nobles de la Reconquista, ahora sus iguales, en una galera equipada a su costa, acompañado de sus hijos don Martín y don Luis. Una magnificencia real envolvía al lejano conquistador, dueño de fantásticas riquezas.
Era mucho más exigente con la modista para sus vestidos que para los propios, y la frase que más la halagaba en boca de sus amigos, era la que envolvía un piropo para su hija. Llevábala a muchas partes consigo, y se afanaba y desvivía para hacer cuanto antes, con la debida solemnidad, su presentación en «el mundo».
El ambiente tradicional y envejecedor que según Febrer envolvía a la isla, parecía pesar sobre estos instrumentos de guerra, decrépitos poco después de nacer y antes de haber hablado. Insensible a la alegría del sol, a las palpitaciones luminosas de la extensión azul, al piar de los pájaros que revoloteaban a sus pies, Jaime se sentía dominado por intensa tristeza, por un desaliento anonadador.
Sus monólogos fueron tomando un no sé qué de insensato. Sus ojos miraban de una manera singular la compacta cerrazón del cielo, como si ella hubiera tenido una relación directa con el nublado que envolvía su alma.
Sanabre hablaba conmovido de la ansiedad con que aguardaba las cartas de Pepita; cómo las leía y releía; cuántas veces en mitad de su visita á los talleres, acometía su recuerdo la duda de una palabra, la sospecha de que tal párrafo envolvía cierta frialdad, y volaba de nuevo á su despacho, para deshacer el paquete amoroso, examinando atentamente la letra amada, como un jeroglífico que ocultaba su felicidad.
Después fue distribuyendo por los bolsillos de su traje las cucharas y los otros objetos. La inmensa decepción que le había hecho sufrir la cándida avaricia de su abuela trocábase en compasivo regocijo al ver el cuidado con que envolvía el resto de sus baratijas. Ya has visto el tesoro siguió diciendo la vieja con voz misteriosa . Tú eres el único que lo conoce. Cuidado con hablar.
Ya hemos indicado que el orgullo de doña Luz se velaba y envolvía en el más discreto disimulo; y esto no sólo por prudencia y por interés propio, sino por vivo sentimiento de caridad. Nada le dolía tanto como humillar al prójimo.
Palabra del Dia
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