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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Las trompetas y tambores que imitaban las cuerdas, ya tirantes, ya flojas, le hicieron a Reyes ponerse en el caso del rey mártir; y se acordó de la frase del confesor: «Nieto de San Luis, sube al cielo». Lo había leído en Thiers en la traducción de Miñano. Muy a su placer se sintió enternecido.

Rompiólo Currita al cabo; aquella pichoncita suya monísima y preciosa la había enternecido... Pero todo aquello era muy serio, muy grave, y hacíase preciso pensarlo despacio, muy despacio, y no decidirlo así de repente, en un segundo... Por de pronto, dejaría a la niña en el colegio y detendría ella su viaje para hablar con el padre Cifuentes.

Enternecido por tanta sencillez y tan fiel y amorosa obediencia, vertió él lágrimas de piedad y de afecto, y nunca tuvo corazón para descubrir a su hija que la imagen que veía en el espejo era el trasunto de su propia dulce figura, que el poderoso y blando lazo del amor filial hacía cada vez más semejante a la de su difunta madre.

Con esto el Masageta tuvo por menor mal dejar la mujer, que morir él, y dando riendas y espuelas á su caballo, paso adelante; pero las lágrimas y quejas tan justamente vertidas de su mujer le detuvieron. Revolvió su caballo, y emparejando con ella, le hechó los brazos, y con besos y lagrimas se despidió y apartó enternecido, y levantando luego el alfanje le cortó de una cuchillada la cabeza.

Ya no se reñía, se discutía con calor, pero sin ira. Los recuerdos evocados, sin intención patética, por doña Paula, habían enternecido a Fermo. Ya había allí un hijo y una madre, y no había miedo de que las palabras fuesen rayos. Doña Paula no se enternecía, tenía esa ventaja. Llamaba mojigangas a las caricias, y quería a su hijo mucho a su manera, desde lejos.

Y hablaba enternecido de aquel hogar oculta, de la familia improvisada que era para él la verdadera. Judith, engordando en su bienestar tranquilo; aburguesándose hasta hacer olvidar á la antigua divette aventurera, Sánchez Morueta la quería mejor así: la creía más suya. Y entre los dos, aquel pequeñuelo de una asombrosa precocidad.

Y con el corazón enternecido, llenas de buen deseo, proponían medios para aliviar a aquellos desgraciados. Unas pretendían que debía fundarse un buen hospital; otras hablaban de una tienda-asilo donde los obreros encontrasen los alimentos más baratos; otras aspiraban a que se prohibiese trabajar a los niños; otras a que los operarios trabajasen una horita al día nada más.

Y la acariciaba, y le decía dulcemente como a una señorita: Ven acá, alhaja, tesoro, mi perla fina... Y el bueno del Papa, enternecido, decía para sus adentros: ¡Qué guapo mozo!... ¡Qué cariñoso está con mi mula! ¿Y saben ustedes lo que ocurrió al siguiente día?

Cuando llegues a donde yo creo que tienes derecho a llegar, ¿qué seré para ti?... Una vieja que ha cometido la insensatez de amarte. Una pobre mujer enamorada ridículamente... ¡Alto, querida! Te anuncio que ya estoy enternecido.

Y nosotros, dijo el alcalde, llorando con una voz conmovida pero resuelta, y dirigiéndose al concurso que escuchaba enternecido; nosotros allí mismo hemos jurado no permitir jamás, aun a costa de nuestras vidas, que se mate a nadie: no digo a un inocente, pero ni a un criminal, ni a un salteador, ni a un asesino.

Palabra del Dia

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