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Actualizado: 3 de junio de 2025
Los disparos de escopeta se alejaban y disminuían en número. Después quedó todo en silencio... Aquello había terminado. Entonces regresamos despacio a la llanura, para saber algo de nuestra gente. Al pasar por delante de la casita de madera, presencié una cosa horrible.
Velarde quiso reírse de esta idea que había oído llamar tantas veces espantajo de niños y de viejas; mas la risa volteriana no encajaba entonces en sus labios, y se reía, sí, se reía, pero sintiendo al mismo tiempo en la raíz del pelo cierta especie de molesto escalofrío.
Cuando entró en convalecencia supo por ella que Tristán había provocado secretamente a Núñez y que éste había rehusado el duelo alegando que no era él quien tenía derecho a exigirle una reparación. Entonces Tristán le había abofeteado.
Le recordaba todas las inconsecuencias, todo el engaño con que ella había logrado hasta entonces hacerle llevar "la cadena de un amor sólo correspondido con ya insufribles perversidades". Había resuelto, esta vez definitivamente, y en ello empeñaba su palabra, romper el compromiso si no se avenía ella a cambiar de actitud.
21 Mandé también a Josué entonces, diciendo: Tus ojos vieron todo lo que el SE
Echáronse sobre él, le increparon, le insultaron, acorralado contra la pizarra, muda ahora; y Rocchio, como fiera a quien abren la jaula, acudió a apoyarle... La lucha estalló entonces: los sombreros rodaban por el suelo, los bastonazos llovían; todos gritaban, enzarzados unos con otros, en torno de míster Robert, impasible.
No, por cierto repuso, en tono despreciativo, una señora anciana que llevaba en brazos un perrito de Viena, y la cual iba seguida por dos lacayos de lujosa librea; el conde Arturo no se ha casado: monseñor su tío no lo consentiría. ¿Quién es, entonces, esa linda joven?... ¿Su hermana, acaso? Nada de eso; es su amante... una bailarina de la Opera, según creo.
«¿Está tu padre arriba?». La chica respondió que sí, y desde entonces convirtiose en individuo de Orden Público. No dejaba acercar a nadie; quería que todos los granujas se retiraran y ser ella sola la que guiase a las dos damas hasta arriba. «¡Qué pesados, qué sobones!... En todo quieren meter las narices... Atrás, gateras, atrás... Quitarvos de en medio; dejar paso».
Otros dos disparos partieron de la casa del guardabosque, llevándose un jirón de los andrajos del loco, que prosiguió su carrera, repitiendo los hurras con ronca voz y subiendo por el sendero que habían seguido sus camaradas. Toda aquella visión desapareció como un sueño. Entonces Luisa se volvió. Catalina estaba de pie a su lado, no menos estupefacta y no menos atenta que ella.
Sin embargo, esta tierna precipitación no se avenía, por cierto, con su actitud subsiguiente, tan llena de silenciosas reticencias, ni menos con la enigmática aprensión con que había rehuido su caricia. ¿Eran desigualdades de su carácter, simples rarezas, como ella decía? Se sorprendió de no haber puesto la atención, hasta entonces, en la manera casi hostil con que le trataba Raquel.
Palabra del Dia
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