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Actualizado: 10 de junio de 2025


Sin embargo, nadie podía enseñar la casa natalicia de esta gloria de la localidad. El gran Simoulin era del Sur de Francia, un meridional del país de los olivos y las cigarras, que había llegado siendo muy joven á la ciudad, para encargarse del Museo-Biblioteca en formación.

Idolatró, luego, en Rubén. También cree en Villaespesa, Rostand y D'Annunzio. Es padre de dos novelas y dos zarzuelas. Laureáronle en copia de certámenes poéticos. Del suelo de la patria que vuestra, sangre encierra hoy brota un himno santo en vuestro augusto honor. ¡Gloria al que abrió los surcos para labrar su tierra! ¡Gloria al que abrió las almas para enseñar su amor!

Las estaciones de las líneas férreas que arrancan de Milan, son pobres y están mal hechas: al subir á los carruajes es necesario enseñar el pasaporte que piden en el camino diez ó doce veces dentro de los mismos vagones, segun se va marchando.

De vez en cuando tirón y arriba un pez, que se revolvía y brillaba como estaño animado. Pero eran piezas menudas... nada. Y así pasaron las horas; la barca siempre adelante, tan pronto acostada sobre las olas como saltando, hasta enseñar su panza roja. Hacía calor, y Antoñico escurríase por la escotilla para beber del tonel de agua metido en la estrecha cala.

26 Respondió el rey, y dijo a Daniel, al cual llamaban Beltasar: ¿Podrás hacerme entender el sueño que vi, y su declaración? 27 Daniel respondió delante del rey, y dijo: El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos, ni adivinos lo pueden enseñar al rey. Tu sueño, y las visiones de tu cabeza sobre tu cama, es esto: 31 , oh rey, veías, y he aquí una gran imagen.

Luego, Roma, la terrestre Roma, para no morir bajo la superioridad de los navegantes semitas de Cartago, tenía que enseñar el manejo del remo y el combate en las olas á los labradores del Lacio, legionarios de mejillas endurecidas por las carrilleras del casco, que no sabían cómo mover sobre las tablas resbaladizas sus pies de hierro dominadores del mundo.

Dicen que estoy atrasado; que mi manera de enseñar es anacrónica, ¿has oido? ¿anacrónica? Eso lo dicen los pedantes de hoy en día; y todo porque mascullan el francés. Eso dicen los que aquí aprendieron todo lo que saben, y que ahora no quieren confesar que me lo deben todo. Dicen que ya no sirvo para nada.... ¿Para nada?

Á predicar al hombre La justicia, la paz, la caridad! No corras ¡ay! en pos de un vano nombre Que jamas se convierte en realidad. No, no: yo voy á predicar al hombre La justicia, la paz, la caridad! ¿Á dónde vas? Á las humanas almas Voy á enseñar la senda de los cielos. Busca otro triunfo entre gloriosas palmas Consagrando á la musa tus desvelos.

Pero al tomar todo esto como elementos de su arte, no conviene a mi ver, que se empeñe en ser didáctico, porque se expondrá a enseñar menos y peor que lo que enseña el más pobre de los manuales y a faltar a su vocación de artista, sin crear la belleza y sin producir el deleite estético por el vano empeño de patentizar y divulgar inauditas verdades.

Sabía esperar para pedir a tiempo, dejar pasar los primeros instantes de un enfado, no irritar el disgusto con respuestas y evocar, en ocasión propicia, el recuerdo de lo ofrecido. Los comienzos de su amistad fueron una especie de pacto contra el latín y contra aquel modo de enseñar la lengua del Lacio que hacía aborrecibles a Virgilio y a Cicerón.

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