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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Vamos. ¿Es usted sordo? ¡De todas maneras no será mudo!; ¿no es verdad? Yuba-Bill sacudió por el hombro aquella figura inmóvil. Con gran sobresalto por parte nuestra, cuando Bill quitó la mano de encima del venerable forastero, éste fue encogiéndose hasta quedar reducido a la mitad de su tamaño y convertirse en un lío informe de trapos viejos.

El malestar que la conducta libre de su esposa le causaba no disminuía con el tiempo. El abismo que los separaba era cada vez más profundo. Por eso, la airada venganza cogía esta ocasión por los pelos. Clementina le miró un instante. Luego, encogiéndose de hombros y haciendo con los labios una leve mueca de desdén, dió la vuelta y se dispuso a salir de la estancia.

Ella recibió el golpe encogiéndose, retrocediendo, oscilando, dejándose caer en una silla, sin voz, sin pulso, sin alientos, sin lágrimas, meneando la cabeza y agitando los labios como una idiota, llevándose ambas manos al corazón, donde sentía algo que se le moría de pronto, cierta cosa helada y terrible como debe de ser la muerte...

Así llegó, con paso silencioso, al ángulo del edificio más inmediato á la ventana del dormitorio de Elena. Luego se sentó en el suelo de tablas, encogiéndose para escuchar sin ser vista. Distinguió al poco rato en la obscuridad á Manos Duras, que iba aproximándose á la casa. Vió cómo se quitaba las espuelas, guardándolas en el cinto, y subía cautelosamente los peldaños de la escalinata.

Carmen Tagle se echó a reír encogiéndose de hombros, y Leopoldina volvió a mirarlas, diciendo por debajo de los gemelos: Pues te digo que con el terciopelo que gastó la madre en cubrirse hasta las orejas podía haber subido un poquito el escote de la hija... ¡Vaya con la indecente!... Y la chica es monísima... ¿Cómo se llama?...

Su amigo, más admirado que ofendido, le miró alejarse y rehusar al salir, con un gesto violento, la contraseña que un empleado intentó entregarle. Encogiéndose de hombros, Castilla entró en la sala. Pasó junto al palco de la niña del traje verde, caminando lentamente; luego de pasar se volvió hacia ella y la miró atentamente, con una imperceptible sonrisa.

¿Y por qué no se hizo usted fraile? No me faltaron ganas, señor de Maltrana. Un marqués, antiguo coronel mío y persona muy devota, puso empeño en que me admitiesen en un convento; pero no quisieron tomarme. No tengo suficientes méritos para vestir el hábito. Lo decía bajando la cabeza, encogiéndose para mostrar mejor su humildad.

¿Cómo diablos no lo he sospechado? dijo el diplomático encogiéndose de hombros, humillado por su poca perspicacia. Salta a la vista que es su hija. Y su única heredera. El joven se volvió como si le hubiera picado una mosca. ¿Cómo es eso? ¡Diablo! su padre le dejará naturalmente toda su fortuna. Es muy probable murmuró el conde mordisqueándose nerviosamente el bigote.

El carcelero le respondió con sumo respeto, pero encogiéndose de hombros, que nada sabía. Encargóle don Juan que procurara informarse, que avisase á su esposa del lugar donde se encontraba, y que procurase ver á don Francisco de Quevedo ó saber de él. El carcelero volvió á la hora de la cena, trayendo una escogida y abundante. Pero lo que le dijo el carcelero le puso en mayor ansiedad.

¡Qué he de opinar, mi General! contestó el preguntado encogiéndose de hombros y sonriendo amargamente; qué he de opinar sino que la peticion es justa, ¡justísima y que me parece estraño se hayan empleado seis meses en pensar en ella! Es que se atraviesan de por medio consideraciones, repuso el P. Sibyla friamente y medio cerrando los ojos.

Palabra del Dia

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