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Actualizado: 19 de julio de 2025
Hermana Balî la empujaba dulcemente; Julî resistía, pálida, con las facciones desencajadas. Su mirada decía que veía delante de sí á la muerte. ¡Bien, volvamos si no quieres! exclamó al fin despechada la buena mujer que no creía en ningun peligro real. El P. Camorra, apesar de toda su fama, no se atrevería delante de ella.
No era el amor solamente quien le empujaba tan temprano a pisar la calle, sino también la triste soledad que reinaba hacía tiempo en el inmenso y vetusto caserón en donde vivía; porque nuestro joven se hallaba solo en el mundo desde hacía poco más de un año. Su padre, el viejo marqués de Peñalta, había fallecido cuando él no contaba más de seis años de edad.
Cuando iba a dar una vueltecita por las tiendas, la mortificaban los olores que por diversas puertas salían en las calles más populosas, olor de humanidad y de guisotes. Las rejas de los sótanos despedían en algunos sitios una onda de frescura que la convidaba a detenerse; mas en aquellos sótanos donde había cocinas, el vaho era tan repugnante que la empujaba hacia el arroyo.
De repente se levantó una gritería espantosa. Corrimos; era una cuerda de presos, que un soldado, de grandes lentes, empujaba con su quitasol, amarrados los unos a los otros por el extremo de la coleta.
Hubo un momento de silencio. Estaban en mitad del paseo de los Álamos, desierto a tales horas. La luna corría, detrás de las nubes tenues que el viento empujaba. Serafina dijo Bonifacio con voz temblona, pero de un timbre metálico, de energía, en él completamente nuevo ; Serafina, usted debe de tenerme por tonto. ¿Por qué, Bonifacio?
Todo el mundo conocía aquella partida en el valle de Laviana. Antes dejaría el ganado de pacer sobre las verdes pradreras de Entralgo, antes las nubes de rodar sobre la cresta de la Peña-Mea que D. Prisco y D. Félix dejasen de ponerse el uno frente al otro con las cartas en la mano. No era, sin embargo, la avaricia lo que les empujaba, aunque ambos pecasen un poco por este lado.
Pasaba por entre los pupitres del gabinete de escritura, se asomaba a la cantina, subía a las comisiones, deshacía a codazos los grupos de los pasillos y ensoberbecido con la autoridad conferida, empujaba rudamente el rebaño ministerial hacia el salón, refunfuñando con el enfado de un viejo, asegurando que en sus tiempos, cuando él comenzaba, había más disciplina.
Su instinto le empujaba hacia el pabellón, pero en mitad de la avenida le cortó el paso otra de las asombrosas mutaciones. Una mano invisible acababa de arrancar de un revés la mitad de la techumbre. Todo un lienzo de pared se dobló, formando una cascada de ladrillos y polvo.
Las ansias amorosas se cruzaban en su espíritu con temores vagos, y al fin venía a considerarse la persona más desgraciada del mundo, no por culpa suya, sino por disposición superior, por aquella mecánica espiritual que la empujaba de un modo irresistible.
Y por obedecer a don Pedro que nos llamaba, apartámonos de la linda panadera que nos empujaba con los ojos hacia él mientras se despedía de nosotros «hasta luego»; pero de tal modo, que con ello y con algo más que yo había creído notar antes, y un poco de malicia que nunca falta en los pensamientos de los hombres en determinados casos, como aquél, no pude menos de exclamar en mis adentros: ¿Si serán estos los anteojos con que mira Neluco estos lugares que tan hermosos le parecen?
Palabra del Dia
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