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Actualizado: 19 de julio de 2025


Así hemos encontrado calderas para motores fijos, muebles pesados, etcétera. Nadie los toca, y no hay ejemplo que se haya perdido uno solo de esos depósitos entregados a la buena fe general. Muchas veces oíamos el grito gutural de un conductor de cerdos que empujaba su manada hacia adelante.

Y el hombre con quien se había unido necesitaba su socorro: ¿no perseguía, por medios sangrientos, un propósito inalcanzable? ¿No empujaba a las almas tímidas, con la eficacia de su desesperado ejemplo, a una lucha tremenda? Al lado de ese hombre lleno de odios, para quien la vida no tenía valor, que sembraba de cadáveres su camino, junto aquel hombre estaba su puesto.

Por su parte, el séquito de la novia empezó a animarse también, y a vueltas de algún suspiro y de limpiarse los ojos con los pañuelos y aun con el dorso de la mano, fueron rebullendo los grupos de hormigas negras, con ánimo de abandonar el andén. La incontrastable fuerza de los hechos las empujaba a la vida real.

Calles, plazas, balcones y azoteas estaban llenas de gente que se apiñaba y empujaba para coger buen sitio y ver pasar la procesión desde la puerta del pueblo hasta el punto en que León X debía recibirla. Era a fines de Marzo: una hermosa mañana de la naciente primavera. Rompían la marcha varios heraldos a caballo con los estandartes de Portugal.

Miguel no entendió el latín, pero calculó bien que aquello debía ser algo como palos o azotes, y lleno de ira volvió a enseñar los puños a su tío por la espalda. Vamos, vete ahora con tus primos, y cuidado con las travesuras concluyó diciendo D. Bernardo mientras empujaba al niño hacia la puerta.

Tras las rejas de las capillas laterales estaban enjauladas las gentes de buena posición social, huyendo del contacto con la muchedumbre sudorosa que se empujaba en las naves. En la obscuridad del coro brillaban como una constelación de estrellas rojas las luces destinadas a los músicos y cantores.

Y le empujaba dulcemente, extremando los gestos y miradas de seducción. Ojeda, con su pasividad habitual ante el mandato de una mujer, siguió este impulso, dirigiéndose en busca del señor Kasper. ¡Qué de embustes y enredos con esta muchacha!... Afortunadamente, el día de la liberación estaba próximo; y una vez en tierra, no la vería más.

Golpes repetidos en la puerta, y la voz gangosa del hermano de Nélida, una voz que balbuceaba más que de costumbre por el temblor de la cólera: «¡Abre... abre!». Empujaba la puerta como si quisiera echarla abajo. Por un resto de prudencia habló a través del ojo de la cerradura: «Abre: tienes un hombre en la "cabina"... Se lo voy a decir a papá».

Luego, abandonando el piano, abrió una tras otra todas las puertas de los camarotes que daban al salón. En la del dormitorio del capitán se detuvo, sin querer pasar del umbral, sin soltar el picaporte de bronce que mantenía en su diestra. Ferragut, detrás de ella, la empujaba con suave traición, repitiendo al mismo tiempo sus caricias en la nuca.

Alguno de sus innumerables golpes había de tocar forzosamente al mal espíritu, obligándolo á huir; y cuando, al fin, caían todos en tierra extenuados, la tranquilidad volvía á ellos, convencidos de que el enemigo estaba ya lejos de su campamento. El español creía notar ahora en la Presa la presencia de Gualicho, el diablo pampero, maligno y enredador. Empujaba á los hombres unos contra otros.

Palabra del Dia

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