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Todo lo veía de un color amarillento pálido; entre los objetos y ella, flotaban infinitos puntos y circulillos de aire, como burbujas a veces, como polvo y como telarañas muy sutiles otras: si dejaba los brazos tendidos sobre el embozo de su lecho y miraba las manos flacas, surcadas por haces de azul sobre fondo blanco mate, creía de repente que aquellos dedos no eran suyos, que el moverlos no dependía de su voluntad, y el decidirse a querer ocultar las manos, le costaba gran esfuerzo.

Dicen que lo ha dicho él mismo. , señor, fueron sus últimas palabras sensatas, advirtió Foja contradiciéndose. Dicen que dijo: « ¡El pan del cuerpo es el que yo necesito, que así me salve Dios muero de hambre!». A Orgaz hijo se le escapó la risa, que procuró ahogar con el embozo de la capa. , ríase usted, joven, que el caso es para bromas.

Iba embozado en una capa vieja, por bajo de la cual asomaba una esportilla de compras, y por encima del embozo de raído terciopelo mostrábase su rostro lleno y colorado, en el que los detalles más salientes, aparte de las arrugas, eran un bigote de cepillo y unas cejas canosas, tan oblicuas, que hacían recordar los chinos de los abanicos. ¡Juan! exclamó doña Manuela.

El viento me bajaba a cada instante el embozo de la capa, la lluvia me azotaba la cara y me entraba por el cuello. Tenía miedo que me mojase la niña. Además iba temiendo resbalar. ¡Figúrate si caigo en aquel momento! El viento soplaba a veces tan recio que me impedía dar un paso. Bien puedes creerme que estuve tentado a dar la vuelta y dejarlo para otro día. Lo creo sin que me lo jures.

Un hombre embozado hasta los ojos atravesó velozmente la plazoleta que hay delante de la morada de los obispos y entró en este recodo. La fuerza del huracán le detuvo, y la lluvia, penetrando entre el embozo de la capa y el sombrero, le privó de la vista.

Al decir esto se ruborizó fuertemente debajo del embozo, y desprendiendo bruscamente su mano, siguió a su mamá que entraba en el carruaje. Pepa Frías había dicho a su hija: Mira, chica, cuando nos vayamos, deseo que Emilio me acompañe. Estoy nerviosa y no podría dormir si no le ajustase antes las cuentas. No quiero más escándalos, ¿sabes? Le voy a dirigir el ultimatum.

Quiroga, el campeón de la causa que han jurado los pueblos, como se estila decir por allá, era bárbaro, avaro y lúbrico, y se entregaba a sus pasiones sin embozo; su sucesor no saquea los pueblos, es verdad; no ultraja el pudor de las mujeres; no tiene más que una pasión, una necesidad: la sed de sangre humana y la del despotismo.

Cuando estuvieron en el zaguán, el duque se embozó, se cubrió, y abrió la puerta. El alcalde salió. La puerta volvió á cerrarse. Los alguaciles no habían visto más que el hombre encubierto que había franqueado por dos veces la puerta; una para que el alcalde entrase, otra para que saliese.

Cuando después de comer, el español volvió a subir sobre cubierta, el frío había aumentado. Se embozó en su capa, y se puso a dar paseos. Entonces vio al alemán sentado en un banco, y mirando al mar; el cual, como para lucirse, venía a ostentar en los costados del buque sus perlas de espuma y sus brillantes fosfóricos.

Ese es un hombre que vive de lo que otros hablan, y como ése hay muchos; así que todos estamos reducidos aquí a no hablar; mírenos usted obscuramente envueltos en nuestras capas, hablando por dentro del embozo, desconfiando de nuestros padres y de nuestros hermanos... Parece que hemos cometido todos o vamos a cometer algún delito... Imite usted nuestro ejemplo, que en ello le va más de lo que parece.