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Actualizado: 17 de julio de 2025
Vos, Chandos, dad las órdenes oportunas para que el señor de la Carra sea tratado y atendido cual lo merece por su rango y por sus prendas. Siempre bondadoso, observó Don Pedro. Aun con los que se le muestran tan altivos como acaba de hacerlo ese enviado, añadió Don Jaime. Decid más bien que procuro ser siempre justo, repuso el príncipe Eduardo.
A la mañana cuando quiso volverse á su galera, Eduardo de Oria le prendió y desarmó, y otros Genoveses hicieron lo mismo con los demas que le acompañaban y las diez y ocho galeras dieron sobre las nuestras desapercibidas y descuidadas.
»Fuese a causa del choque brusco que recibí, o por el terror que aquel hombre me inspiraba, vacilé y caí dando un grito de terror. »En aquel momento apareció Carlos en la puerta del salón, y lanzándose a Eduardo, le golpeó en la mejilla. Este, furioso, echó mano a un cuchillo de monte que llevaba en la cintura, e hirió a Carlos.
En el sillón de la izquierda se sentaba otro príncipe español, Don Jaime, quien lejos de parecer aburrido como su compañero, mostraba gran interés en cuanto le rodeaba y acogía con sonrisas y saludos á los caballeros ingleses y gascones. Cerca de ambos y sobre el mismo estrado ocupaba también un sitial más bajo el famoso Príncipe Negro, Eduardo, hijo del soberano de Inglaterra.
Mi madre me ha recibido con ternura, pero con una ternura mezclada con ese aire ceremonioso que tú ya conoces, y que rechaza, por decirlo así hasta el fondo del alma, un sentimiento pronto a estallar. ¡Qué cruel es, Eduardo, no poder expresar lo que se siente a una persona a la que se ama y a la que se tiene el derecho de amar, sin violar las conveniencias! Pero me he contenido.
Á imitación de las famosas Compañías Blancas de Duguesclín, personaje que también figura en esta obra de muy pintoresca manera, la Guardia Blanca inglesa se lanza de lleno en la contienda y tras breve permanencia en el Ducado de Aquitania, arrebatado por entonces á la corona de Francia, entra en España á la vanguardia del poderoso ejército que Eduardo de Inglaterra pusiera á las órdenes del Príncipe Negro para reinstalar en el solio de Castilla á su aliado Don Pedro el Cruel, á la sazón destronado por su hermano Don Enrique de Trastamara.
A fines de ese mismo año fue que, teniéndolo ya todo dispuesto para la lucha, escribió a Eduardo H. Gato, el cubano rico del Cayo, una carta, que es un poema de dolor, pidiéndole $5000 y otra a José María Izaguirre, cubano rico de New Orleans, pidiéndole cantidad parecida.
La fama y brillo de la corte que rodeaba al príncipe Eduardo desde su instalación como Duque de Aquitania, atraían á numerosos caballeros de toda Europa y los torneos y justas eran por entonces espectáculos que con frecuencia presenciaban los vecinos de Burdeos.
Gastón no es un hombre del pueblo, oscuro y pobre; el esposo, el único esposo que conviene a mi estado y a mi indigencia.» «Gastón será el esposo de Adela, he dicho yo. Es una reparación que te debe la Providencia. Yo pagaré la deuda de la sociedad.» Yo le he dicho, Eduardo, y lo juro por mi honor, que es preciso que ese deseo se cumpla.
Eduardo, mi querido Eduardo, tú, en quien el cielo me había dado un hermano, un guía y un protector en medio de las tempestades de la juventud, tú que has sido tanto tiempo la luz de mi espíritu y el freno de mis pasiones, no me abandones en el estado de perplejidad en que me encuentro. Todo lo que he dicho antes no iba destinado a ti.
Palabra del Dia
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