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Actualizado: 17 de julio de 2025
Pues bien, Vauberger, voy á decírtelo todo, lo he seguido, lo he espiado, y luego lo he hecho espiar por Eduardo: ¡y bien! estoy segura que no ha almorzado esta mañana, y como he registrado todos sus bolsillos y cajones y no le queda en ellos un céntimo, estoy muy cierta que no habrá aún comido, pues es demasiado orgulloso para mendigar... ¡Tanto peor para él!
Un día Eduardo recibió de él una larga carta y se la leyó a Zoraida. Con relación a su amor con Adriana y a la muerte de Laura sólo contenía estas palabras: "No te asombre mi silencio sobre las tristes cosas pasadas. El alma humana tiene una capacidad limitada: durante aquellos días apuré todo mi poder de amar, de gozar y de sufrir. No me quedan más que sombras de sentimientos".
Tengo veintiocho años, Eduardo mío, y, lo que es más raro a esta edad, la experiencia de una docena de años de desgracias. He vivido de prisa, porque mi sensibilidad, que era mi vida, se ha consumido en ensayos infructuosos y en efectos estériles.
La cosa, desgraciadamente fue escandalosa, y el mundo exigía una satisfacción. Carlos hubo de dársela. Eduardo fue retado, y llamado yo como padrino no pude menos de asistir a la satisfacción. A las cinco de la mañana estábamos los contendientes y los padrinos en la puerta de... de donde nos dirigimos al teatro frecuente de esta especie de luchas.
Su larga tizona y el fuerte arco que llevaba á la espalda revelaban su profesión, así como las averías de su cota de malla y las abolladuras del casco decían á las claras que llegaba de los campos de batalla, á la sazón teñidos en sangre inglesa y francesa en la guerra que proseguían Eduardo III y su hijo el Príncipe Negro contra el Rey Carlos V de Francia.
Y una vez hecha justicia, dijo Don Pedro de Castilla, uniremos las fuerzas de Inglaterra, Aquitania y España y mucho sería que de tal unión no resultasen magnas consecuencias. Por ejemplo, agregó el príncipe Eduardo con evidente entusiasmo, completar para siempre la expulsión de los infieles del territorio de Europa.
El Sr. Eduardo Böcking, en las notas al Teatro español, de Schlegel, nuevamente publicado por él, en cuya obra se reimprime también esa lección, ya citada, observa en la pág. XII, que mi obra, en su tomo I, páginas 352 y siguientes, y al tratar de las ocho comedias de Cervantes, conviene en todo con Schlegel, aunque sin nombrarlo.
Si no creyese yo que en las Odas de don Eduardo Marquina se revelan muy envidiables prendas de poeta lírico, no hubiera disertado tanto con ocasión de su lectura. Cuanto hay en ellas de bueno procede del propio ser del poeta.
Y después de pensar en esto, se sentía D. Luis más consolado y animado, y ya se figuraba que él iba a ser como otro san Eduardo, y que Pepita era como la reina Edita, su mujer; y bajo la forma y condición de la tal reina, virgen a par de esposa, le parecía Pepita, si cabe, mucho más gentil, elegante y poética.
Pues bien, muchas veces se me ha ocurrido que si la peste y otras plagas se llevasen la mitad de la gente que hoy vive en los dominios del señor rey Eduardo, los que quedasen podrían habitar buenas casas, trabajar poco ó nada y vivir en la abundancia. ¡Miren por dónde asoma el arpista! exclamó maese Verdín.
Palabra del Dia
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