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Por la ventana, que el cura adornó con papelitos de colores imitando vidrios pintados, penetraba diagonalmente un rayo de sol, y al fondo, destacando sobre la cal amarillenta de la pared, se veía colgado de la percha un trapo largo y negro: era una sotana vieja que Tirso se dejó olvidada. Don José no pudo dominarse.

Don Fabricio, pasados algunos instantes de sobresalto, logró dominarse y hasta sonreir; y levantóse de su asiento para ir a apagar la luz, que inadvertidamente habría dejado algún criado encendida en el estudio. Abrió la puerta resueltamente, ... y ¡se heló su sangre!

Trataba de dominarse; sin embargo, tenía conciencia de que, si era observado, no dejarían de notar su agitación y la palidez de sus labios. Pero en aquel momento todos los que estaban en la entrada de la sala tenían los ojos fijos en Silas. El propio squire se había puesto de pie y le preguntaba con acento irritado: ¿Qué pasa? ¿Qué significa esto? ¿Por qué entráis aquí de esa manera?

El momento fue terrible cuando al sentarse a la mesa fijaron los tres sus ojos en aquel sitio vacío que otro tiempo ocupaba Magdalena. Amaury estuvo a punto de dejar que estallara de nuevo su dolor, pero haciendo un esfuerzo para dominarse se levantó y cruzando rápidamente el salón dirigiose al jardín. Poco después dijo el doctor a su sobrina: Antoñita, ve a buscar a tu hermano.

Fray Luis, acostumbrado á la lucha consigo mismo, tuvo suficiente poder para dominarse, para apagar su mirada, para contener el estremecimiento de sus músculos; se había puesto la careta, y al través de ella miró ya, sin temor de que su alma fuese sorprendida, á la reina. Y al verla con más reflexión, dominado, sereno, fray Luis se estremeció.

Había comprendido que para dominar los sucesos necesitaba dominarse á mismo, y se había dominado.

Después, renunciando a la esperanza de poder dominarse por más tiempo, se levanta para huir; pero no ha llegado aún a la puerta cuando estalla la risa. Desaparece, entonces en la sombra del vestíbulo, lanzando gritos de alegría. Los dos hermanos, sacados de su ensueño, se incorporan. ¿Qué pasa? pregunta Juan asustado.

Tal día y a tal hora, yendo ella y Barbarita por la calle de Preciados, se encontraron a Juan que venía deprisa y muy abstraído. Al verlas, quedose algo cortado; pero sabía dominarse pronto. Ninguno de estos datos probaba nada; pero no cabía duda: su marido se la estaba pegando.

Pero ahora, aleccionado, se propuso dominarse, cerciorarse de si aquella maligna insinuación tenía algún fundamento, y si por desgracia esto sucediese, tomar una venganza cumplida, y que fuese sonada. Gran trabajo le costó disimular la emoción que le embargaba. No estaba avezado a ocultar sus sentimientos. Mas el vivo deseo de salir de dudas, le ayudó poderosamente.

Aquellos diputados, aquellos escritores, aquellos políticos eminentes que veía en torno suyo, le daban miedo. Pero él tenía mucho corazón, y logró dominarse un poco. ¿Pero cómo iba á empezar? ¿Qué iba á decir? En un supremo esfuerzo de inteligencia recogió sus ideas, formuló mentalmente una oración, miró al auditorio... El auditorio le miró á él, y observó que estaba pálido como un cadáver.