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Actualizado: 12 de julio de 2025
Era una cursilería, como organizada por la gente ordinaria de la plazuela, buena únicamente para divertir a los de escaleras abajo. Pero la víspera de San José, impulsadas por la curiosidad, se asomaron al balcón muy temprano y experimentaron una agradable sorpresa, pese a su anterior indiferencia de muchachas distinguidas.
Bástenos con aspirar a divertir o a conmover agradablemente, no a la humanidad toda sino a unos cuantos miles de individuos, que forman nuestro público y que tienen el bueno o el mal gusto de entretenerse leyendo las novelas y los cuentos que escribimos.
Voy, pues, a ver si los relato, y si consigo, no adoctrinar ni enseñar nada, sino divertir algunos momentos o interesar a quien me lea. Hace ya muchos años, el vizconde y yo, jóvenes entonces ambos, vivíamos en la hermosa ciudad de Río de Janeiro, capital del Brasil, de la que estábamos encantados y se nos antojaba un paraíso, a pesar de ciertos inconvenientes, faltas y aun sobras.
Aquellas buenas gentes, digo, unas subían a las más altas crestas de los montes, para divertir los ojos en la sosegada llanura del mar, que allá al lejos se parecía; otras se entraban por entre las arboledas y frutales de tanto huerto y jardín como cercaban la aldea, y aquí o allá grupos de mancebos granados o muchachos de corta edad se entretenían en jugar al mallo y en tirar la barra, o en soltar al aire pintadas pandorgas con la mayor alegría del mundo.
El viejo da un salto y echa una mano en la calva; mira a todas partes... nada. ¡Está bueno! dice por fin, poniéndose el sombrero; algún pillastre... bien podría irse a divertir... ¡Pobre señor! dice entonces el calavera, acercándosele; ¿le han dado a usted? es una desvergüenza... ¿pero le han hecho a usted mal?... No, señor, felizmente. ¿Quiere usted algo? Tantas gracias.
Este personaje es el hombre de la máscara de hierro, llamado y conocido así, acerca del cual no pudo la historia averiguar nada, mientras que la poesía popular se contentó con divertir al vulgo, inventando cuentos y consejas. El hombre de la máscara de hierro es un arcano añadido á los tantos misterios de que fué teatro aquel monumento misterioso.
La vida, que hervía exuberante en su naturaleza de atleta, rechazó con indignación aquel fugaz pensamiento de muerte. Un suceso insignificante, la aparición de una lucecita verde en los confines del horizonte, bastó para divertir su imaginación de aquellas ideas tristes. «Un barco que quiere entrar se dijo. ¿Qué hora será? Si fuese un poco más temprano, me quedaría.
Sin decir palabra, con cólera muda, cayó sobre el infeliz muchacho, y á pescozones y puntapiés lo arrojó de la taberna. Luego, jadeante y pálido, se acercó al mostrador. Oye, niña, ¿no te he dicho que no me da la gana que ese granujilla ponga los pies en esta casa? ¿Es que te quieres divertir conmigo? Y alzando al mismo tiempo la mano, le dió un golpe en el rostro.
Yo no trato de enseñar nada ni de probar nada. Si alguien deduce consecuencias o moralejas de la lectura de este libro, él, y no yo, será responsable de ellas. Yo sólo pretendo divertir un rato a quien me lea, dejando a los sabios enseñar y adoctrinar a sus semejantes, y dejando a nuestros hombres políticos la difícil tarea de regenerarnos y de sacarnos del atolladero en que nos hemos metido.
Esta división duró de tal manera en lo sucesivo, que aquélla, baja ya y grosera farsa, fué destinada á divertir al pueblo, mientras que los poetas más instruídos consagraron á éste sus esfuerzos.
Palabra del Dia
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