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El marqués echó mano al bolsillo, y sacando la cartera y de ella un billetito de mujer, dijo con no poca solemnidad: Amparo me acaba de escribir esta carta. Deseo que te enteres de ella. Pepe no volvió siquiera los ojos para mirar el documento que su amigo le exhibía. Absorto en la tarea de atusarse el bigote con un cepillito de barba, repuso en tono distraído: ¿Y qué dice la Amparo?

Era de rigor que yo las atajara en estas alturas del apóstrofe con otro en que salían a danzar su compromiso de no abandonarme hasta pasado el día de los funerales; la obra caritativa que estaban haciendo mientras me acompañaban en mi soledad, y aliñaban y vestían el viejo y sucio caserón, y disponían el programa para aquel acontecimiento, tan extraño para ; lo cómodo y a gusto que yo me encontraba en la habitación que había elegido al cederles la mía, que era la menos mala de la casa, aunque estaba a cien leguas de ser lo que merecían ellas; lo distraído y animado que se encontraba don Pedro Nolasco, y el bien que esto le hacía en horas tan críticas y de tanto peligro para él.

Miguel, que fumaba tranquilamente en una butaca sin atender a lo que su primo decía, preguntó en tono distraído: ¿Pero no habría algún medio de sustituir esa suerte de picas? ¡Ninguno! gritó Enrique. ¡Absolutamente ninguno! Bien, hombre, bien; no te enfurezcas.

Después de haberse distraído pensando en esto, miró con atención a su interlocutor y le pareció que no veía con el mismo agrado aquellos bigotes sedosos que antes le gustaban tanto. ¡Ah! Huberto no tenía aspecto de fatigado, y no creía que fuera cuidando enfermos como se fatigaría nunca.

¿Cómo será que no hemos visto al capitán? ¿Se habrá acabado su licencia? No, señor Darling respondió el notario con acento distraído, pero no estaba invitado que yo sepa... ¡Cómo! protestó vivamente Eva; fue una invitación colectiva y yo fui testigo. Entonces no ha sido reiterada. ¿Está usted seguro, señor Hardoin? Segurísimo, señorita. La cara de la joven se iluminó con una llama.

En seguida se la puso en la mano al tabernero, que se quedó mirándola, como distraído, y dándole vueltas. Repito le dijo don Celso, un tanto quemado con aquella actitud que esta carta no es un favor que queremos vender a usted.... La hemos escrito porque..., porque nos ha dado la gana; y nosotros somos así. ¡Ya, ya!... Pero.... Pero ¿qué?... Que sin sello no correrá..., me parece a .

Lo mismo que en las óperas dijo Julio siguiendo los últimos sonidos del coro invisible, que se perdía... se perdía, devorado por la distancia y la respiración nocturna. Tchernoff siguió bebiendo, pero con aire distraído, fijos los ojos en la niebla rojiza que flotaba sobre los tejados.

¡Tienen fusiles que alcanzan mucho! observó Cabesang Tales algo distraido. Este revólver no alcanza menos, contestó Simoun disparando un tiro contra una palmera de bonga que se encontraba á unos doscientos pasos. Cabesang Tales vió caer algunas nueces, pero no dijo nada y continuó pensativo.

Por desgracia nuestra, para que la obra poética o narrativa alcance una longevidad siquiera decorosa no basta que en tenga condiciones de salud y robustez; se necesita que a su buena complexión se una la perseverancia de autores o editores para no dejarla languidecer en obscuro rincón; que estos la saquen, la ventilen, la presenten, arriesgándose a luchar en cada nueva salida con la indiferencia de un público, no tan malo por escaso como por distraído.

A propósito de estas tertulias. En una de ellas, estando Leto de codos al balcón del saloncillo, mientras Nieves tocaba adentro una melodía de Schubert, se dejó llevar distraído de la impresión que le causaba siempre la buena música, y particularmente la que le era conocida, y acabó por seguir a media voz el canto de la melodía.