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Paseó su mirada lánguida por los circunstantes esperando que se le pidiese explicación de aquel cansancio. Pero D. Laureano atendía a su juego; Adolfo Moreno seguía enfrascado en la lectura; Miguel Rivera, que hacía un rato había llegado, se le quedó mirando fijamente y con cierta sonrisa burlona. El único asequible en aquel momento era Mario. A él se dirigió metiéndole la boca por el oído.

Rezó con fervor los quince misterios, y cuando creyó que la sombra le permitiría caminar por las calles sin ser reconocido, se dirigió a la ciudad, entrando a ella por la puerta vecina y yendo a situarse a pocos pasos de la casa de Beatriz. Esperó mucho tiempo. De pronto, un bulto humano rozole y pasó. Algo después vio llegar una ronda.

Pasó sin reparar, aparentemente al menos, en las dos mujeres. Dirigió, sin embargo, una mirada de soslayo a la señorita, y se encogió de hombros con una expresión medio irónica, medio compasiva, viéndola sentada en el banco con la cabeza gacha, como una verdadera loca.

Maximina levantó los ojos hacia la cocinera y luego los volvió hacia Miguel con una expresión entre cándida y maliciosa, sospechando alguna broma. Cuando mi amigo se dirigió a ella preguntándole cómo estaba de salud, no le contestó más que ¡hum! sin levantar la cabeza siquiera.

Poesías escribió también Lope muchas en Sevilla, y de ellas merece recordarse la carta que dirigió en 1603 á un amigo, y en la cual dice: «...Pan de Sevilla regalado y tierno, masado con la blanca y limpia mano de alguna que os quisiera para yerno. Jamón presunto de español marrano de la sierra famosa de Aracena, á donde huyó del mundo Arias Montano.

La denuncia resultaba asaz verosímil. ¿Qué hacer? Había un medio de saberlo: preguntárselo derechamente a don Íñigo. Pero su viejo amigo estaba concluyendo. No importa se dijo, y, aquella misma tarde, se dirigió a la casa del moribundo. El anciano estaba rígido en el lecho.

Los niños, muchos de los cuales estaban leprosos y en situación harto triste, fueron llevados por orden del veinticuatro á la Casa de la Doctrina, quedando disuelta la Asociación, y á los pocos días el alcalde Losa, se dirigió al Ayuntamiento con una enérgica solicitud clamando contra el atropello que en la benéfica Asociación se había cometido, y pidiendo que se disolvieran los niños y los objetos secuestrados.

Llegó por último la hora de partir, sin que Rafaela cediese, sin que al menos diese esperanza. Vio Rafaela al Barón de Castell-Bourdac y le encargó que fuese a buscar su abrigo. Se despidió luego de la Sra. de Pinto, y, siempre del brazo del Vizconde, se dirigió a la antesala.

Aquí se detuvo; luego dió algunos pasos hacia un coche de punto, como si fuese a entrar en él; pero de pronto cambió de rumbo, y con paso firme se dirigió hacía la calle Mayor, escoltada siempre y no de lejos por el joven.

En la mesa, sentado entre María Teresa y la señora Aubry, producía la impresión de la fuerza serena y tranquila, mientras escuchaba, sonriendo, las frases que revoloteaban a su alrededor. Apenas terminado el primer plato, el señor Aubry le dirigió la palabra. Y bien, amigo mío, ¿qué hay de nuevo en la fábrica? Tus últimas cartas eran un poco lacónicas. Me debes algunos detalles.