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Actualizado: 11 de junio de 2025
Conocían todos los trabajos de Freya; hasta habían proporcionado datos exactos sobre su personalidad de agente secreto, el número de orden con que figuraba en la oficina directora de Berlín, el dinero que cobraba, sus informes en los últimos meses.
Que a una se le caían las tijeras: risa. Que otra pedía la madeja del hilo teniéndola colgada al cuello: risa. Que se presentaba la cocinera con la cara tiznada, pidiendo a la señora dinero para la lechera: gran algazara en el costurero. No solamente eran jóvenes y alegres las que cosían el equipo de Cecilia; pero además guapas, comenzando por su directora.
La directora lo toma todo en serio, hasta las cosas serias; en este momento repasa una carta, cuyos términos no son muy de su agrado. El timbre del teléfono, instalado junto al tintero, tintinea. La directora coge el auricular y, como se hace cuando se telefona, mira vagamente al plinto que hay frente a ella.
¿Cómo era? ¡Quién lo supo mejor que Keleffy! La miró, la miró con ojos desesperados y avarientos. Era como una copa de nácar, en quien nadie hubiese aun puesto los labios. Tenía esa hermosura de la aurora, que arroba y ennoblece. Una palma de luz era. Keleffy no la hablaba, sino la veía. La niña, cuando se sentó al lado de la directora, casi rompió en lágrimas.
Cumplidas las sabias órdenes que había dado la directora de la casa, Fortunata salió con Papitos, y después de encaminarla a la compra, indicándole algunas cosas que debía tomar, separose de ella en la plazuela de Lavapiés para dirigirse a la calle Mira el Río.
El primer «paso largo» hacia la Fortuna lo dió Margarita Montansier en Versalles, hallándose de directora en la «Sala» de la calle Sator. Representábase aquella noche una obra de Fabart, titulada «Los Segadores», y el coro cantaba alegremente alrededor de una olla en la que humeaba una sopa de coles.
Juan ha sido muy bueno dijo como con cierta prisa voluntaria la directora .
Su mujer y una hija están en el departamento de Lion, su hija es la directora de correos en una cabeza de partido, y viene á Paris con el fin de buscar empleo á otro hijo que tiene, á su Hipólito, antes de morirse, hora que cree cercana.
Maud siguió hablando de su marido, haciendo elogios de sus condiciones físicas y compadeciendo al mismo tiempo su simpleza de niño grande, versado únicamente en elegancias y juegos atléticos. Ella era el varón fuerte, la cabeza directora de la asociación matrimonial. Había ido a Nueva York en busca de nuevos capitales para un negocio de caucho que tenían en el Brasil.
Entre estas las había de muy diversas edades, desde la directora, una ágil morenilla de catorce, hasta un rapaz de dos años y medio, todo muerto de vergüenza y temor, y un mamón de cinco meses, que por supuesto venía en brazos. ¡Hombre! exclamó Borrén al ver a la morena. ¡Pues si es la chiquilla del barquillero! Somos conocidos antiguos, ¿eh? Sí, señor... contestó ella intrépidamente . La misma.
Palabra del Dia
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