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Actualizado: 11 de junio de 2025


Y pensando en la niña de la pobre viuda, que no había salido aun del colegio, donde la tenía por merced la Directora, se entró Lucía, sin volver ni bajar la cabeza, por las habitaciones interiores, en tanto que Juan, que amaba a quien lo amaba, la seguía con los ojos tristemente. Juan Jerez era noble criatura.

Muchas veces lo había convertido imaginariamente en un sanatorio poblado de militares inválidos, con ella al frente como directora y protectora. Pero sus insinuaciones no causaban efecto alguno en el príncipe. «Un egoísta», se decía, volviendo á su antigua opinión.

Bueno, bueno, vengo enseguida. Y fue al balcón derechamente. ¡Juan! ¿Y Ana? ¿Cómo está Ana? El balcón de la directora estaba ya vacío. Ya está bien: ya está bien. ¡Yo no sabía dónde estabas! Y volvemos ahora al pie de la magnolia, cuando ya llevaba días de sucedido todo esto, y Sol estaba en una banqueta a los pies de Lucía, sentada en un sillón de hierro.

Es un negociante apacible y un hombre casado, que no tiene gran interés en encanallarse... Hizo que me contrataran; fuí a ver con él a la directora, una verdadera mujer de mundo, en toda la extensión de la palabra.

Y, para no permanecer inactiva hasta que el café hubiera pasado, tomó el tejido de gruesa lana que en su condición de «Presidenta de la Asociación de las mujeres» y de «Directora de la comisión de los pobresno se permitía jamás abandonar, y con una rapidez inaudita hizo deslizar las agujas brillantes en sus manos huesosas y habituadas al trabajo.

Supuso que la condesa había sido dominada por completo por sus amenazas de la víspera y que no le halagaba más que para impedir las realizara en un momento de cólera. Vamos, Mathys dijo la señora de Bruinsteen , olvidad vuestra aventura de esta noche, y hacedme el favor de darme algunas explicaciones sobre el resultado de vuestro viaje. ¿Le hablasteis a la directora de la casa de sanidad?

Piense usted en que necesitamos protegerla de su misma hermosura. Y la directora, ya apiadada del gran dolor reflejado en las facciones de doña Andrea, que no tenía fuerzas para abrir los labios, ya deseosa de alcanzar con halagos su anhelo, había tomado las manos de doña Andrea, y se las acariciaba bondadosamente.

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