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No digo eso, pero aun asimismo... si fuéramos a compulsar enseñanzas acaso los maquinistas ¡y como ellos tantos otros! no sacaran la peor parte... ¡No digas barbaridades!...

Si quieres que vaya a Mar del Plata y bailemos el primer baile, me tienes que contar... a ver, habla. Pues, bueno; no hay nada; pero... puede haber. ¡Qué bien me vendría que me acompañaras a Mar del Plata! ¿Flirteo?... ¿Principio?... Iré si me necesitas. Bueno; entonces te contaré. Aunque ya te puedes imaginar... No digas más, Margarita, ¡no digas más!... ¿Ha vuelto? ¡Era de ley!

Tengo que irme, antes de que me vean otros. ¿Y cómo quieres que me quede, alma mía, a no ser?... ¡Si pudiera partir contigo! murmuró. ¡En nombre del Cielo! exclamé bruscamente. ¡No digas eso! ¿Por qué no? Te amo. ¡Eres tan caballero tan noble como el Rey! Entonces falté a todos mis principios, hice traición a cuanto debía respetar.

No digas eso, hija mía; di más bien que Magdalena es injusta; pero debes perdonarla, porque es la fiebre y no ella, quien habla por su boca; más que vituperio merece compasión. Con la salud recobrará la razón; entonces reconocerá su yerro, y arrepentida pedirá perdón por su injusta cólera.

No me digas nada prosiguió el doctor; de sobra que te es indiferente todo esto y que tu noble corazón sólo desea cariño. Escucha, pues, Antoñita: a ti te conviene casarte, ¿estamos? Antonia intentó replicar; pero el señor de Avrigny, le impuso silencio con un gesto.

El camino que tienes que recorrer es áspero y difícil, y grandes sufrimientos serán tuyos. Por eso es que siento tan grande piedad por . Nunca hagas a nadie partícipe de tus cuitas, ni a tu mejor amigo; guárdalas siempre para . avaro de tus sentimientos; a nadie los digas. ¡Hijo mío, cuánta piedad siento por !

¡Cállate gritó Miranda desatentado ; cállate y no digas necedades! prosiguió con esa grosería conyugal de que no se eximen ni los hombres de buen tono . Antes de casarte, debieras haber aprendido a conducirte en el mundo, para no ponerme en evidencia y no hacer ridiculeces de mal género; pero no de qué me quejo; no debí esperar otra cosa, al casarme con la hija de un tendero de aceite y vinagre.

Ahora, pues, ya te hice oír cosas nuevas y escondidas, que no sabías. 7 Ahora fueron creadas, no en días pasados, ni antes de este día las habías oído; para que no digas: He aquí que yo lo sabía. 8 Ciertamente, nunca lo habías oído, ciertamente nunca lo habías conocido; ciertamente nunca antes se abrió tu oreja.

Gracias, señora, muchas gracias. No te faltará qué comer, ni cama en qué dormir. Me has servido, me has acompañado, me has sostenido en mi adversidad. Eres buena, buenísima; pero no abuses, hija; no me digas que venías a casa con el moro de los dátiles, porque creeré que te has vuelto loca.

¡No digas que tienes un pájaro amigo que te lo cuenta todo, porque le envenenarán el aire al pájaro! Y salió volando el ruiseñor, y echando al aire un ramillete de arpegios. Los mandarines entraron de repente en el cuarto, detrás del mandarín mayor, a ver al emperador muerto. Y lo vieron de pie, con su túnica imperial; con la mano de la espada puesta al corazón.