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Actualizado: 4 de julio de 2025
La medianera se llevó el dedo a los labios recomendando silencio al conde, así que éste franqueó la puerta. Recomendación bien excusada por cierto, porque hasta la respiración iba conteniendo por no hacer ruido. Luego, adelantándose un poco para explorar el terreno, le hizo seña para qué la siguiese. Atravesaron un corredor, pasaron por delante de la escalera principal sin ascender por ella de miedo a encontrarse con algún criado, y fueron a buscar a la biblioteca una escalerita excusada que allí había para subir al segundo. El conde avanzaba de puntillas con el corazón palpipante. Aunque ya había penetrado otras veces en casa de Quiñones de aquella manera, le parecía siempre el colmo de la temeridad y maldecía en su interior del atrevimiento y despreocupación de su amante. Llegaron al fin al gabinete de la señora. La puerta se abrió sin que se viese a nadie. Jacoba empujó suavemente al conde, quedando ella fuera. La mano de Amalia, que se presentó de improviso, volvió a cerrar, y súbito, con arrebatado ademán, echó los brazos al cuello de su querido y le besó con apasionada ternura.
Y vean ustedes otra prueba que yo creo tener de que lo de París no sería cosa mayor, por lo mismo que se lo callaba la marquesa, en la despreocupación con que da cuenta, aunque no minuciosa, de todas las restantes aventuras de su viaje desde que se reunieron las tres amigas en la capital de Austria.
Velázquez, aunque fingiese despreocupación y se riese de agüeros, guardaba, como buen andaluz, un fondo supersticioso. Trastornado ahora por su pasión además, juró de buena fe que creía en la virtud de las cartas y los ensalmos, y se manifestó dispuesto á seguir ciegamente cuanto María-Manuela le ordenase.
La despreocupación religiosa era general en las minas: sólo se pensaba en el dinero y el trabajo. Era viudo, con una hija, y para ligarse más íntimamente con sus protectores, la tuvo durante seis años en un colegio de Inglaterra, volviendo de allá la muchacha con un exterior púdico y unas costumbres de confort que regocijaban á toda Gallarta.
Aquí te tengo dentro del puño, y para que no vuelvas a marcharte, jugando, al caos del olvido, te pongo en esta gaveta de mi cerebro, donde dice: Subvención personal... Permítame Su Señoría que me admire de la despreocupación con que Su Señoría y los amigos de Su Señoría confiesan haber infringido la Constitución... No me importan los murmullos.
Hallaban, pues, las gentes, como lo hemos dicho antes, que llevaba con demasiada despreocupación el duelo de un hombre muerto por ella, que, cuando menos, había sido su amigo. ¡Esto no es animador! dijo un día el bello Saville a la señora de Hermany ; si el pobre de Lerne resucitase por algunos instantes, su asombro no tendría límites. ¿Por qué, amigo mío?
Por último, esa sencillez en el escritor, despreocupación en el hombre, proverbialmente suya, que consiste en el olvido de la propia persona para consagrarse a los otros, al culto de una idea o ideal que suele ser siempre una obsesión constante en los predestinados.
Era esta una absurda mezcla de misticismo y sexualidad de superstición fanática y despreocupación; valiéndose de lo sobrenatural para cometer los actos de la más desenfrenada lujuria y del más refinado placer material. Un autor, tan poco sospechoso como Menéndez Pelayo, ha escrito estas líneas, explicando la herejía de los alumbrados.
El largo alejamiento de la patria, la tenaz persistencia de la lucha, la efímera ocupación del suelo que reducía con frecuencia esa misma patria a los límites del campamento y en los días de batalla a la tierra del combate, la influencia, por fin, de la vida militar prolongada, habían hecho de los oficiales argentinos y colombianos el prototipo de los hombres ligeros en el pensamiento y en la acción, brillantes en la despreocupación del porvenir, viviendo au jour le jour, sabiendo que con valor pagaban, y seguros de que el caudal no concluiría.
Pudiera ofrecer reparos a la de Hornero, pero a la de Pepito, no. La seguridad de no poder llegar jamás, por mucho que le imitase, al grado excelso de elegancia, despreocupación, valor desdeñoso y hastío de todo lo creado, que caracterizaba a su admirado amigo, le humillaba, le hacía desgraciado. Esperanza había puesto el dedo en la llaga que minaba su preciosa existencia.
Palabra del Dia
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