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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Cuando creía sometida a la hembra en fuerza de amorosas generosidades, estallaba la orden imperiosa, el despego de la repugnancia física. Márchate. Necesito estar sola. Ya sabes que no puedo aguantarte. Ni a ti ni a nadie. ¡Los hombres! ¡qué asco!... Y Gallardo emprendía la fuga humillado y triste por los caprichos de esta mujer incomprensible.
El niño lo vió, y estando dotado, como todos los niños, de una penetración muy rápida, no despegó los labios, de suerte que el regreso al hogar fué silencioso.
Vamos, Rita, déjame en paz y no digas simplezas... Demasiado sé lo que es mi sobrino. ¡No, si yo no digo nada! ¡Ya me libraría yo de decirle nada!... ¡Pues bueno es usted para que le diga nada malo de su familia!... Y eso que bien poco se han acordado de usted siempre, y con bastante despego le han tratado... No parece más que tenían a mengua alternar con usted...
Indignada y ofendida, tratole con más despego que nunca, y para colmo de disgusto, vio que Chinto correspondía a sus desaires con rústicas ternezas y a sus muestras de desvío con pruebas de confianza y afición. Una vez le trajo un pliego de aleluyas, y otra, como le oyese alabar ciertos pendientes de cristal negro, fue y se los presentó a la noche muy orondo. Ella se negó a estrenarlos.
Pero la niña, embargada por la emoción, no sabiendo a qué atribuir aquel despego y queriendo vencerlo a toda costa, próxima a llorar, se echó aún más sobre el regazo y trató de subirse para alcanzar su rostro. Dame un beso, madrina. ¡Quita! ¡Déjame! replicó la dama impidiéndola alzarse. La niña se obstinó. ¿No me quieres? Dame un beso.
Y ¿por qué he de ser yo el sacrificado? ¿No soy tan hijo suyo como tú? Aquellos dos muchachos, que se querían entrañablemente, que jamás habían reñido por nada, ni de niños ni de mozos, estuvieron a punto de venir a las manos. Con todo transigían, todo lo aceptaban menos lo que pudiera significar despego hacia su madre.
Viendo la recompensa que tenía mi ardiente cariño, comprendí que a nada podría aspirar en el mundo, y sólo más tarde adquirí la firme convicción de que un grande y constante esfuerzo mío me daría quizás todo aquello que no poseía. En vista del despego con que ella me trataba, perdí la confianza; no me atrevía a desplegar los labios en su presencia, y me infundía mucho más respeto que sus padres.
Y Aresti, evocando de un golpe todo el pasado, hacía preguntas á sus compañeros, recordándoles los incidentes de la juventud. Aún veía, como si lo tuviera ante sus ojos, al señor Juan Sánchez, el padre de Sánchez Morueta, el patriarca de la familia, el iniciador obscuro de la presente prosperidad, el que de un tirón los despegó á todos del bajo fondo social en que habían nacido.
Intenté explicar mi repentino alejamiento, sin herirla a ella ni a don Oscar. Pero estaba tan confuso y avergonzado, que no dije más que tonterías. Doña Tula estuvo amabilísima conmigo; pero cuanto más lo estaba, más seria y cejijunta se ponía Gloria, que no había despegado ni despegó los labios durante nuestra plática.
El carácter violentísimo de aquella mujer, exacerbado por la continua contemplación de una desgracia, que hacía mayor su melancólica fantasía, la impulsaba á tratar á su marido, á su hija y á muchos de los que la rodeaban, con un despego, con una dureza cruel, de la que en el fondo del corazón, que era bueno, se arrepentía ella al cabo, no siendo fecundo este arrepentimiento sino en nuevos motivos de disgustos y de amarguras.
Palabra del Dia
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