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Se despegó el vaporcito, alejándose con violento y grotesco cabeceo, semejante a los traspiés de un beodo. El Goethe, con el práctico en el puente, aceleró su marcha, poniendo la proa rectamente a Montevideo. Empezaron a surgir rosarios de luces entre las masas de sombra de la costa.

Pero no podemos abrir este cofre dijo el joven. Si no le abrís vos, le abrirá la Inquisición. ¡Ah! Francisco Montiño desnudó su daga, despegó de un solo corte y de una manera nerviosa el papel. Debajo de él, en un rebajo del arca, encontró una llave. ¡Ah! todo estaba previsto dijo el cocinero del rey . Abramos. A vos dejo la responsabilidad de este hecho dijo Juan.

Aquel despego de la hermosa niña avivaba en mi alma, de un modo terrible, la pasión que la belleza y las cualidades de la joven habían encendido en mi, y que mi tía Pepa procuraba fomentar. Cuando por las mañanas, al salir de mi cuarto, buscaba yo a la gentil doncella, y esperaba encontrarla en el comedor, me hallaba yo a Juana, muy engestada, y mohina. ¿Qué hace usted aquí? ¡Estoy barriendo!

Nada le arredraba, ni el despego de María, ni la inmovilidad de Stein; porque el amor es perseverante como una hermana de la caridad y arrojado como un héroe; y el amor era el gran móvil de todo lo que hacía aquella buenísima mujer.

La muchacha, que en realidad era tan tímida como él, sentía sin embargo deseos de reirse de su turbación. Ella habló de su miedo, de los sustos que durante el invierno pasaba en el camino; y Tonet, halagado por el servicio que prestaba á la joven, despegó los labios al fin, para decirla que la acompañaría con frecuencia.

Cuando se fué don Rodrigo, observé que de una manera disimulada, pero curiosa, se informaba de si la cartera estaba en su sitio, y cuando aquella noche vino el duque de Lerma, le recibí con despego, le atormenté, me ofreció como siempre alhajas, y yo... yo le pedí que me trajese un escrito indudable de la reina.

Debía mostrarse cruel, fingir despego, hacerle sufrir como una moza casquivana, antes que decirle la verdad. Imperaba en ella esa preocupación de la hembra vulgar que confunde el amor con la virginidad física. Una mujer sólo podía ser esposa del hombre al que llevase como tributo de sumisión, la integridad de su cuerpo. Ella debía ser como su madre, como todas las buenas mujeres que conocía.

¡Te amo!... dijo Fernando, enardecido por tal humildad. Y acompañó sus besos con un avance de las atrevidas manos en aquel cuerpo sumiso que parecía entregarse. Pero con gran asombro, la alemana se revolvió ante las caricias audaces, se despegó de sus brazos con una fuerza nerviosa que nada hacía sospechar en su cuerpo enfermizo.

De Pas respondía con mal disimulado despego a las coqueterías de Obdulia y no le agradecía siquiera el holocausto que le estaba ofreciendo de los obsequios de Joaquín Orgaz que ella desdeñaba con mal disimulado énfasis. A Joaquinito le llevaban los demonios. «Aquella mujer era una... tal... y lo decía en flamenco para sus adentros.

Al principio eso fue motivo de broma en la casa y más cuando ella rompió sus muñecas para demostrar despego por los afectos del mundo. Tuvo luego, ya desde los catorce años, festejantes que la adoraron; a todos les rechazó.