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Actualizado: 18 de julio de 2025


Y en verdad que solo el terrado de mármol pulido que se elevaba en su alcázar al mediodia dominando sus jardines, los pabellones de oriente y occidente que sobre él descollaban, el salon dorado del pabellon circular que ocupaba el centro; solo las incomparables labores de su arquitectura, la belleza de sus líneas y proporciones, la riqueza de su ornamentacion interior, ya de mármol luciente, ya de oro deslumbrador con columnas de caprichosos jaspes, con pinturas émulas de los mas floridos vergeles; solo su lago de líquida plata, sus cisternas perpétuamente llenas de purísimas aguas, sus preciosas fuentes ornadas de bajo-relieves; cada uno de estos objetos de por hubiera sido suficiente para hacer los palacios de Azzahra superiores á los de Bagdad, Damasco y Constantinopla.

Abetos y pinos de airosas y extrañas formas, nunca vistas por los europeos, descollaban sobre la pomposa verdura de helechos arborescentes, mirtos, laureles y otros árboles hermosos, desconocidos y sin nombre hasta aquel día. Pero Morsamor buscaba con ansia el estrecho o el fin del continente y nada de aquello le seducía ni le convidaba a detenerse.

Mas no por esto dejaba el sabio de sacar a relucir la retórica, en que creía, ostentando atrevidas imágenes, figuras de gran energía, entre las que descollaban las más temerarias personificaciones y las epanadiplosis más cadenciosas: hablaban las murallas como libros y solían decir: «tiemblan mis cimientos y mis almenas tiemblan»; y tal puerta cochera hubo que hizo llorar con sus discursos patéticos; por lo cual solía terminar el artículo del arqueólogo diciendo: «En fin, señores de la comisión de obras, sunt lacrimae rerum!».

Extendíase á la diestra mano una deliciosa huerta plantada de naranjos y limoneros, entre cuyas oscuras y apretadas copas, erguíanse, balanceando sus ligeros penachos, las esbeltas palmeras y los melancólicos cipreses, con mucha copia de otros árboles y arbustos preciosos y raros traidos de allende los mares, entre los que descollaban gigantescos zapotes, plantados á lo largo de la margen del rio, hasta la jurisdicción exenta de San Juan de Acre; y además, mil variadas suertes de odoríferas plantas, que embalsamaban el aire con suavísimos perfumes.

Tuviéronlos casi todas las poblaciones de alguna importancia, y más de uno las que, como Sevilla, Granada, Valencia y Zaragoza, descollaban entre las demás.

Sobre los muros y sobre los jardines descollaban algunos edificios, como los palacios reales, el templo de Belo y la famosa torre de Nemrod, que constaba de ocho pisos, de más de doscientas varas de alto el primero. Desde la cima de esta torre, que parecía tocar la bóveda celeste, presumían tratar los sabios antiguos con los dioses, secretas inteligencias o genios que mueven los astros.

Algunos que descollaban por su estatura pertenecían a una raza de hombres de pelo rojo, de piel blanca, velludos hasta la punta de los dedos y tan fuertes que podrían arrancar de cuajo una encina. Entre éstos se encontraba el viejo Materne del Hengst y sus dos hijos Frantz y Kasper.

Sólo a trechos descollaban algunos pinos, hayas y encinas. Pronto la oscuridad lo envolvió todo. Aunque no llovía, estaba muy nublado, y él distinguía confusamente los objetos. El silencio era profundo. Lo rompía sólo, de cuando en cuando, tal cual ráfaga de viento suave que agitaba las hojas, o alguna liebre que brincaba o atravesaba corriendo por entre las matas.

La muchedumbre, pues, se agitaba y bullía fuera del templo, extendiéndose a un lado y a otro hasta la misma orilla del Tajo como enorme mosaico de cabezas humanas. La mayor parte de la gente estaba a pie, si bien a trechos descollaban no pocas personas montadas en caballos y en mulas o levantadas en sillas de manos por esclavos o sirvientes.

Descollaban en él las nobles y heroicas cualidades que ponían de manifiesto que el nombre distinguido de que disfrutaba, no lo había alcanzado por un mero capricho de la fortuna, sino con toda justicia.

Palabra del Dia

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