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Actualizado: 16 de junio de 2025


Dos ó tres jornadas más allá empezaría su descenso hacia el Pacífico. «Debo estar cerca de la difunta Correa», pensó. Conocía de fama á la «difunta Correa», como todos los hijos de la tierra de Salta. Era una pobre mujer que se había lanzado á través del desierto á pie y con una criatura en los brazos.

El descenso a la otra parte de la montaña, es al principio más suave, pero, en Yenne, la pendiente vuelve a empezar de nuevo; viene a ser una limitadísima cornisa sin parapeto, pegada por una parte a las elevadísimas rocas de la montaña y teniendo en la otra, sin el menor amparo, el caudaloso Ródano a tres o cuatrocientos pies de profundidad.

Era un gemido que ensanchaba su intensidad; un triángulo sonoro, con el vértice en el horizonte, que se abría al avanzar, llenando todo el espacio. Luego ya no fué un gemido, fué un bronco estrépito; formado por diversos choques y roces, semejantes al descenso de un tranvía eléctrico por una calle en cuesta, á la carrera de un tren que pasa ante una estación sin detenerse.

Tal es la inclinación del lecho del río, inclinación que no es regular y constante, pues en el punto en que nos encontramos, el descenso de las aguas es tan violento que su curso alcanza a veces a diez y seis y diez y ocho millas por hora. He aquí el chorro de Guarinó, el más temido de todos por su impetuosidad.

Apretó los dientes, encajó sus rodillas en los costados de la yegua y cambió su táctica de defensa en una enérgica ofensiva. Excitada y enardecida Jovita, emprendió el descenso de la cuesta. El artificioso Federico fingía detenerla con represión manifiesta, y mentidos gritos de temor. Inútil es añadir que Jovita en seguida emprendió vertiginosa carrera.

Cuando Lorenzo iba a romper en una enérgica protesta, se encontró galopando sin poder evitarlo; pero al mismo tiempo notó, o creyó notar, que esa nueva forma de marcha era más soportable, bien que le molestaba algo el movimiento de ascenso y descenso de los jinetes que llevaba al lado.

Febrer se sintió contagiado por la bárbara alegría del muchacho. ¡Si él probase a bajar por la ventana!... Echó las piernas fuera del alféizar, y lentamente, entorpecido por su madura corpulencia, fue tanteando las desigualdades de la muralla con las puntas de los pies hasta encontrar los agujeros que servían de peldaños. Descendió poco a poco, rodando bajo sus plantas algunas piedras sueltas, hasta que al fin puso los pies en tierra con un suspiro de satisfacción. ¡Muy bien! El descenso era fácil; después de unos cuantos ensayos bajaría con tanta facilidad como el Capellanet.

Se la había tapizado con franela y se le habían añadido algunas argollas de bronce para sujetarse. Acomodáronse en ella el director, el duque y las damas valientes que no habían vacilado nunca, para bajar los primeros. Dióse orden al maquinista para que el descenso fuese lento. La jaula se estremeció subiendo y bajando algunos centímetros con rapidez. De pronto se sumergió de golpe en el agujero.

Y volviendo la espalda al edificio, don Marcos señaló los jardines que se extendían en diversos planos, unos casi al nivel de los techos de la «villa», otros escalonándose en descenso hasta cerca de las olas.

En el Sur, la herencia fatal para cuyo repudio hemos necesitado medio siglo, fue la teología de Felipe II, con sus aplicaciones temporales, la política de Carlos V y aquel curioso sistema comercial que, dejando inerte el fecundo suelo americano, trajo la decadencia de la España, ese descenso sin ejemplo que puede encerrarse en dos nombres: de Pavía al Trocadero.

Palabra del Dia

rigoleto

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