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Actualizado: 23 de junio de 2025
¿Sabe que tendría gracia, D. Andrés, que usted fuese descalzo? No será más que hasta la rectoral. Cuando pasemos por allí entraré y sacare mis borceguíes de caza... Vaya, póntelos, que me das gusto en ello... La aldeana se resistió mucho tiempo, en broma primero, en serió después: le parecía un absurdo.
Os pido que me permitáis morir con esa reliquia en la mano, y de esta manera no sólo obtendré mi salvación eterna sino también la vuestra, pues debiéndoos tan gran merced, no dejaré de interceder por vos un solo día. Á una señal de su jefe, el ballestero Jacobo descalzó al malhechor y halló en la bota la valiosa reliquia, envuelta en luenga tira de fino cendal.
En compañía, pues, de gran multitud de bárbaros, se partió allá el día siguiente y en el camino les cogió una tan furiosa tempestad de agua, que por más prisa que se dió se deshicieron sus pobres zapatos; con que hasta la vuelta se vió precisado á andar descalzo, caminando por bosques y montañas muy agrias y por llanuras sembradas de yerbas muy espinosas.
Fregar en tabernas, donde tenía las propinas por salario; ayudar a un chulo a vocear quincalla; recoger y vender colillas; dormir en los quicios de las puertas: esta existencia llevó por espacio de unos cuantos meses, sucio, descalzo, desarrapado, hambriento y ostentando por entre los desgarrones de la camiseja el pecho dorado y fuerte como un bronce antiguo.
Los del teatro de la Cruz llevaban el nombre de polacos, de su caudillo el P. Polaco, fraile descalzo, que pasaba entre los mosqueteros por muy inteligente en estas materias; los del Príncipe se apellidaban chorizos, y los de los Caños del Peral panduros, calificativos cuyo origen y explicación sería demasiado prolija é inoportuna.
El viejo caserón de los Febrer, con sus hermosos ventanales faltos de vidrios, sus salones llenos de tapices y sin alfombras, sus muebles venerables confundidos con los más ruines enseres, le parecía igual a un príncipe arruinado ostentando aún manto brillante y corona gloriosa, pero descalzo y sin ropa blanca.
A la entrada del Gran Canal, las iglesias de San Simeon y Cármen Descalzo: ámbas de mármol, en su mayor parte, sabor monumental, primorosos adornos, fisonomía artística. El templo de San Eustaquio, próximo al elegantísimo palacio de Pésaro, en el Gran Canal, admirable tambien.
Después se había quitado su propio calzado, porque era un marrano que gustaba de andar descalzo con las patas sobre el suelo. «¡Ay, qué rico!...». Quitose también las medias y echó a correr detrás del gato, cogiéndolo por el rabo y dándole muchas vueltas... Por eso estaba tan mal humorado el pobre animalito... Luego se había subido a la mesa del comedor para pegarle un palo a la lámpara... «¡Ay, qué rico!».
Se esparcía rápidamente la noticia de aquellos amores: circulaba de boca en boca, considerablemente aumentado, el relato de la expedición por el río, los paseos por entre los naranjos; las noches que pasaba Rafael en la casa de doña Pepita, entrando a obscuras y descalzo como un ladrón; las siluetas de los amantes, destacándose en la ventana del dormitorio, abrazados por el talle, contemplando la noche: todo visto por gentes dedicadas por voluntad al espionaje, para poder decir «yo lo he presenciado» y que pasaban la noche ocultos en un ribazo, emboscados tras una cerca para sorprender al diputado, a la ida o la vuelta de sus citas de amor.
El idilio tuvo su lógico desenlace, y digo lógico, porque así debieran concluir todos los idilios: hubo, pues, nueva boda en la casa, la que fué solemniza con algo más de ruido y su poquito de música, en reunión de íntimos; fiesta, que vino a aguar, a última hora, la aparición del perdido de Agapo, que después de una jira de recreo por los fortines de la frontera, llegaba descalzo y muerto de hambre, a recoger las migajas del banquete.
Palabra del Dia
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