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Actualizado: 1 de junio de 2025
Había pasado junto á ella sin fijarse en su transformación, viéndola lo mismo que cuando acompañaba, con trote de gozquecillo, á la señorita Desnoyers en sus excursiones por el parque y los alrededores. Ahora era una mujer, con la delgadez del último crecimiento, apuntando las primeras gracias femeniles en su cuerpo de catorce años.
Eran dos niñas preciosas, de hermosura delicada y frágil, de esa que luce en la juventud con la belleza enfermiza de una flor de estufa, y luego se disipa en el primer año de matrimonio; rubias, delgadas, quebradizas, porcelanescas. Sus ojos claros lucían demasiado grandes en la delgadez linda y afilada de sus caritas de cera.
Le servía para ocultar la delgadez del traje y su deshilachada camisa, mal cubierta por un pañuelo negro lustroso de mugre. El pobre joven presentaba un aspecto más deplorable que cuando vivía en la calle de los Artistas, sin otra familia que su padrastro.
Entra una especie de jamelgo de coche fúnebre, un larguirucho esqueleto apocalíptico, de una delgadez inverosímil. Es la señora marquesa-presidenta. Mucha nobleza y condescendencia. Esta dama, sin edad y sin belleza, de ojillos negros y penetrantes, lanza sobre todos los humanos una mirada impregnada de desprecio y de compasión. Vera le presenta a Sita.
Algunos árabes de bronceada y nerviosa delgadez permanecían silenciosos, pero avanzaban el cuello lo mismo que los caballos de carreras, brillando sus ojos de brasa con un fulgor homicida, mostrando sus dientes ansiosos de morder.
Caían anonadadas y temblorosas ante su ardor senil, en las frondosidades de los huertos, en los almacenes de naranja, o al anochecer, al borde de un camino, las vírgenes apenas salidas de la niñez, casi calvas, con el pelo untado de aceite, el pecho liso y los miembros enjutos, tristes, con una delgadez de muchacho, bajo las sucias faldas de la miseria.
Avanzaban los macilentos restos de la miseria caballar, delatando en su paso trémulo y sus ijares atormentados la vejez melancólica, las enfermedades y la ingratitud humana, olvidadiza del pasado. Había jacos de inaudita delgadez, esqueletos de agudas aristas salientes que parecían próximas a rasgar la envoltura de piel de largos y flácidos pelos.
Era el cura español que Maltrana le había enseñado varias veces de lejos: un hombrecito moreno, enjuto, vivo en sus movimietos, al que encontraba Fernando cierto aire ágil y garboso de banderillero. Su delgadez hacía más visible la exuberancia de un abdomen puntiagudo que parecía pertenecer a otro cuerpo.
Su aspecto era deplorable. ¿Cómo podían ser los mismos caballos fuertes y de pelo lustroso que él había visto en los desfiles de París á principios del mes anterior? Una campaña de veinte días los había envejecido y agotado. Su mirada opaca parecía implorar piedad. Estaban flacos, con una delgadez que hacía sobresalir las aristas de su osamenta y aumentaba el abultamiento de sus ojos.
Alrededor de esta capa, bastante espesa para ocultar la profundidad de las aguas, se extiende una película transparente de excesiva delgadez, formada por substancias grasosas de origen animal ó vegetal.
Palabra del Dia
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