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Actualizado: 24 de junio de 2025
Los habitantes de las aldeas y alquerías inmediatas a Granada, rústicas y pintorescas, pero cuyo número fuera imposible pasar en reseña, se dejaron venir a esta ciudad de rosas, frescuras y perfumes, alborotados con la relación de las aventuras que se contaban, y que por las puntas y ribetes que dejaban traslucir de encantos y maravillas, provocaban más vivamente la curiosidad pública.
Para mejor «quitarla el miedo,» entre Concha y ella inventaron una siniestra farsa capaz de aterrar a un hombre valeroso, cuanto más a una niña de seis años. Vistiéronse ambas con sábanas, dejaron la habitación a media luz mientras la niña dormía, pusiéronse unas caretas de calavera, y a media noche entraron dando gritos lastimeros como almas del otro mundo.
¿Y su papá de usted? preguntó don Raimundo bajando la voz, ¿qué tal le va en medio de esta marejada? Me habían dicho que tuvo pérdidas de consideración el último mes y que dos quebrados le dejaron clavado. ¡Macanas! respondió Jacintito con desprecio; el viejo sabe lo que se hace. Muchas veces por saber demasiado, se yerra peor, mi amigo.
Luisa se ha quedado para vestir santos. Ocaña se metió a tinterillo. Venegas renunció la «Escuela Nacional», se lanzó a la revolución, y ahora es diputado por obra y gracia de Tuxtepec. Buena memoria dejaron en Villaverde el doctor Sarmiento y mi buen maestro don Román. Todos se acuerdan de ellos, alaban sus virtudes, y se dicen amigos del uno y discípulos del otro.
Porque las cañas y mis salidos huesos en toda la noche dejaron de rifar y encenderse; que con mis trabajos, males y hambre, pienso que en mi cuerpo no había libra de carne, y también como aquel día no había comido casi nada, rabiaba de hambre, la cual con el sueño no tenía amistad.
Durante la primera hora todo fué bien; fumamos, reimos y hablamos de largo, mas poco á poco se nos entró la noche por la boca de la camareta, y las nuestras dejaron paulatinamente de moverse y de chupar.
Al año de estar en la buñolería, la hija del amo, que era una chiquilla saladísima de catorce años, enfermó de viruelas y, cosa rara en la gente del pueblo, dotada en tales casos de tanto valor como ignorancia, los vecinos, conocidos y amigos dejaron a la enfermita y sus padres en completo abandono.
Llegaron, por fin, a un sitio más bajo que el paseo, suelo quebrado, lleno de escorias que parecen lavas de un volcán; detrás dejaron casas, cimentadas a mayor altura que las cabezas de ellos; delante tenían techos de viviendas pobres, a nivel más bajo que sus pies.
La mayor amabilidad de su cuñada con él era un modo de expresárselo; el silencio de D.ª Carolina, la humildad de su esposa para responder a una y a otra, lo mismo. Un sentimiento insoportable de vergüenza iba apoderándose de él. Carlota también lo padecía. D.ª Carolina y Presentación dejaron poco a poco de llamarla a cónclave para resolver los asuntos domésticos.
De sus murallas fenicias, de su templo de Hércules, de los monumentos que le dejaron las repúblicas de Cartago y Roma quedan solo una tradicion vaga y oscura y uno que otro fragmento.
Palabra del Dia
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