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Yo no quiero acordarme de que su nombre puede existir, porque para ha muerto ¿entiende usted?... ha muerto... muerto... E hizo con el dedo una cruz en el aire, mirándome con expresión de triunfo, como si con eso hubiera dado el golpe de gracia a mi pobre Pütz. Eso no impide, señor de Krakow dije, que...

El anciano insistió de nuevo y entonces Roberto dijo: Aquí es donde vamos a leerlo, tío; aquí, donde ella lo ha escrito. ¿Y si alguien nos sorprendiera? observó el doctor, atemorizado. Roberto se encogió de hombros y con el dedo señaló el piso.

Hombre, dice que no.... Dice que lo que desean es confederarnos, para que estemos más uniditos que antes... ¿no ve usted que esto se llama la Unión? ¡, , corte usted un dedo y péguelo después con saliva!

En Sarrió no hallaría un muchacho mejor que él. Nadie tacharía, seguramente, el matrimonio de desproporcionado. ¿O es que esperaba un príncipe de la sangre?... Pues que no se descuidara mucho, porque la juventud de las mujeres pasa pronto, y se han llevado en estos asuntos bastantes chascos...» La joven escuchó la filípica de su cuñado hasta el fin, sin mover un dedo siquiera.

Te he dejado entregada á la letra escarlata, replicó Rogerio. Si eso no me ha vengado, no puedo hacer más. Y puso un dedo en la letra, con una sonrisa. ¡Te ha vengado! replicó Ester. Es lo que creía, dijo el médico. Y ahora ¿qué es lo que quieres de respecto á ese hombre? Tengo que revelarle el secreto, respondió Ester con firmeza, tiene que ver y saber lo que realmente eres.

Usted, señora duquesa, viene sin duda de altos orígenes, y ha gateado sobre alfombras, y ha roto sonajeros de plata; pero usted se ha mamado el dedo como yo, y ahora somos iguales, y estamos juntos en un ventorrillo, entre honradas chaquetas y más honrados mantones. La humanidad es como el agua; siempre busca su nivel.

Al inclinarse León curiosamente sobre la caja de velas, la criatura se volvió, y en un movimiento de espasmo agarró el errante dedo del minero y por un momento lo retuvo con fuerza. León puso la estupefacta cara de un idiota, y algo parecido al rubor se esforzó en asomar a sus mejillas curtidas por el sol.

Godofredo no se hartaba jamás de describir la luz «filtrándose por los cristales de colores, la voz del órgano resonando en sus altas bóvedas, las oraciones de los fieles elevándose entre nubes de incienso, la flecha calada de la torre señalando como un dedo al cieloPor esta razón todas las damas caían en éxtasis cuando se hablaba de él.

¡Qué dedo tenía Sila! observó al fin; caben dos de los nuestros; como digo, decaemos. Tengo aun otras muchas alhajas... Si son todas por el estilo, ¡gracias! contestó Sinang; prefiero las modernas. Cada uno escogió una alhaja, quien un anillo, quien un reloj, quien un guardapelo.

, calle usted me dice con el dedo en los labios. ¿Que calle? Así; y se vuelve a mirar en derredor. Hombre, si yo no pienso decir nada malo. No importa, calle usted. ¿Ve usted aquel embozado que escucha?... Es un esp... un sop... ¡Ah! Que vive de eso. ¿Y se vive de eso en las Batuecas?