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Actualizado: 20 de junio de 2025


Pues, Tomás comenzó aquél echándose hacia atrás en la silla y jugando con la cadena del reloj, gorda como una maroma, voy a decirte una cosa con toda reserva... Siempre he tenido confianza en ti, y ya sabes que te he dado bastantes pruebas de aprecio... Las circunstancias hacen que uno... vamos... uno no haga las cosas cuando quiere hacerlas, sino cuando puede... ya lo sabes... Sabes también que te aprecio, ¿no es verdad?

Casi estoy por decirte que aun me tiene algo de ley, ¡mira si soy tonto!... Pero la mardita huye de verme, y dice que no me quiere. ¿Pero la has hecho algo, Rafael? ¿No estará enfadada por alguna ligereza tuya? No: eso tampoco. Soy más inocente que el niño Jesú y el cordero que lleva al lao. Desde que tengo relaciones con tu hermana, que no miro a una moza.

¡Hola, amiguito! arguyó la de Aymaret riendo . ¡Bueno, voy a darle una cita para mañana! Acercóse a su escritorio y escribió este corto billete: «Querida, quisiera verte un instante a solas, tengo algo que decirte. Mañana a las 10 estaré en tu casa. Mil besos. Elisa

Yo... si he de decirte la verdad, le he tomado cariño. ¡Ay!, sus salvajadas me divierten. ¡Es tan mono! ¡Qué ojitos aquellos!, ¿pues y los plieguecitos de la nariz?... y aquella boca, aquellos labios, el piquito que hace con los labios, sobre todo. Ven acá y verás el nacimiento que le compré.

Esperábala para decirte; amigo mío, colmadas todas mis ambiciones y agobiado por los desengaños, quiero abandonar la corte y respirar el aire libre de tus montañas, única campiña que he visitado en mi vida, y en la cual espero realizar todas las ilusiones que he adquirido con mi lectura favorita.

«No basta escribía , ¡oh mi Dios!, que yo me confiese contigo. ¿Qué tinieblas no penetras con tu claridad? ¿En qué abismo no se hunde tu mirada? lo sabes todo. Nada tengo que decirte. Sólo debo pedirte perdón. Pero el peso de este misterio de mi alma me abruma, mientras sin tomar forma, sin revestirse de la palabra, vive en mi centro, conociéndole solo.

¡Si no es para hacerte daño, mujer! profirió él deteniéndose. Sólo quiero decirte dos palabras al oído... dos palabras solamente. Pues yo no quiero oirlas... ¡No te acerques! Plutón avanzó algunos pasos y ella retrocedió otros tantos blandiendo en su mano derecha la hoz. En cuanto te las diga me marcho manifestó él sonriendo diabólicamente. ¡No te acerques! exclamó de nuevo retrocediendo.

La voz de Lacante se volvió más fuerte y más solemne: Hija mía, escucha lo que voy a decirte: tu dolor me ha vencido y ha triunfado de mis resistencias... No quiero dejarte en el corazón un dolor del que que nunca te curarías... Quiero morir en tu misma fe y en tu misma esperanza... Elena dio un grito ahogado, indescriptible, y cayó de rodillas con las manos juntas.

Ya habrás notado que entre esta carta y la anterior hay una gran distancia y habrás creído sin duda que la abundancia de sensaciones ha podido distraerme durante muchos días de mis más dulces ocupaciones. Todo esto es verdad, mi querido Eduardo, y, sin embargo, no tengo nada nuevo que decirte, porque mi amor no es ninguna novedad para ti, y toda mi vida se encierra en él.

Mi satisfacción sería completa si un día sintiese en el corazón el estremecimiento preludio del amor y pudiera decirte designándote al que lo hubiera provocado: ese es mi marido, con ese me casaré, no porque tiene el bigote rubio o los ojos de tal color, una fábrica o una fortuna, sino porque me gusta bastante para seguirle para siempre en el dolor como en la alegría...

Palabra del Dia

vorsado

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