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Actualizado: 20 de octubre de 2025


Y aquí paz... No, no; recíbele todo lo que quieras dijo él variando de táctica con la rapidez del genio . Si, como dices, es una persona formal, podría ser que te conviniera cultivar su amistad. Fortunata no comprendió bien, y él se envalentonó con el silencio de ella. «Porque, hija mía, yo debo decirte que no podemos seguir así».

Vi que la alegría iluminaba su rostro y yo tuve en ese momento como la sensación de una mano extraña que me oprimía el pecho; pero no me desconcerté, y recurriendo a todo mi orgullo, continué: Roberto, que me despreciarás cuando sepas lo que voy a decirte; pero es necesario que te lo diga, para que te convenzas de que no debes partir.

Te digo multitudes, empleando una metonimia. Una... ¿qué? Una metonimia, de causa por efecto; y así te dije olor a multitudes por no decirte olor a sudor. ¡Qué porquería! ¡Eso es! Olor a porquería; tal es, precisamente, el olor a ciudad.

Quiero decirte con esto que he tomado mi resolución en el mismo instante, y que ésta es invariable como los principios que, hasta hoy, han dirigido mi vida.

¿Qué has soñado? preguntó Jacobo con estupor. Que te escapes. ¡Yo!... Si... No debe ser difícil... gozas, según me han dicho, de una libertad relativa. Trabajas y duermes en un edificio que depende de las oficinas... ¿Á qué hora de la noche te encierran? No puedo decirte nada, contestó Jacobo con rudeza. Me tientas en vano... No quiero escaparme. ¿Rehusas la libertad? No quiero tomármela.

Sin embargo, pienso, Miguel, que harás un esfuerzo para entenderme... ¿no es verdad que lo harás?... No es menester que penetres por completo el sentido de mis palabras, porque en edad tan tierna no es posible; basta con que te hagas cargo de lo que voy a decirte... de lo que tengo encargo de decirte añadió rectificando.

No, mujer... ¿y por qué me he de enfadar? contestó fijando sus ojos gruesos y brillantes en la futura concepcionista. Pues quería decirte... que por ahí te pusieron un mote. ¿Un mote?, ¿y es cosa mala? Mala... ¡qué yo! Te llaman la Tribuna. ¿Y quién me lo llama? Los señoritos... los hombres.

no quieres aparecer como aceptándolo muy ligeramente; pero eso es una táctica. ¡Oh, Diana! protestó María Teresa; ¿por qué no has de creer en lo que yo te digo? ¡Pero si no me dices nada! ¿Por qué he de decirte que amo a Huberto cuando todavía no es verdad? ¡Me gusta ese «todavía» desprovisto de artificios; es revelador!... Querida mía, querría que tomases una decisión.

Yo no cómo decírtelo, nena murmuró con voz temblona, haciendo largas pausas . Hay que tener valor... apreciar las cosas tales como son. Lo que voy a decirte no es mas que una idea... Si no quieres, no será... Podías entrar en el hospital... No, no te asustes. No en el hospital adonde van todos; en las clínicas, en la Facultad.

Quizás he tardado más de lo conveniente en decirte lo que vas a oír, y es que un joven de veintidós años, como , no puede vivir bajo un mismo techo que dos señoritas con las que no le une ningún vínculo de parentesco. Esta separación es para muy penosa. Difiriéndola por más tiempo, incurriría yo en una falta imperdonable.

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