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Actualizado: 20 de junio de 2025


Hubo en una revolución, me entró el mareo, y con el mareo pasé a ser otro ser distinto, quiero decirte que fui otro hombre, fui un caballero, un joven, un héroe, qué yo... ¿No es cosa buena ser algo por espacio de diez minutos? Luego he repetido la toma y los efectos han sido los mismos.

¿Qué tengo de dormir, pesia a -respondió Sancho, lleno de pesadumbre y de despecho-; que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo esta noche? -Puédeslo creer ansí, sin duda -respondió don Quijote-, porque, o yo poco, o este castillo es encantado. Porque has de saber... Mas, esto que ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de mi muerte.

-Tienes mucha razón, Sancho -dijo don Quijote-; mas, para decirte verdad, ello se me había pasado de la memoria; y también puedes tener por cierto que por la culpa de no habérmelo acordado en tiempo te sucedió aquello de la manta; pero yo haré la enmienda, que modos hay de composición en la orden de la caballería para todo. -Pues, ¿juré yo algo, por dicha? -respondió Sancho.

Pero no me escuches... ¿Qué importa lo que yo digo? ¿Qué puedo decirte? Mi vida se resume en la palabra desgracia. ¡Háblame! Tengo sed de oirte!... Los instantes que hemos de estar juntos son preciosos, Jacobo mío. He entrado aquí con nombre falso. Me creen inglés. Tengo un navío anclado en el puerto. Marenval, pronto y decidido á todo, me espera. ¡Marenval! ¿De dónde viene ese celo imprevisto?

Voy a decirte, antes de mi partida, algo que hasta ahora he guardado para y que quiero hacerte conocer: siempre he deseado que y mi hermana os amaseis. ¿Estás loco? No, no estoy loco. Y la emoción de tu voz me prueba que la mitad, por lo menos, de mi deseo se ha cumplido. Pero, hay que convenir, en que, con tu maldita modestia y tu gran orgullo, nunca llegarás a nada.

De todos estos acopios, ninguno tan importante ni eficaz como el de una conciencia tranquila. ¡Si supieras el valor que tiene este consejo por ser mío!... Dígote todas estas cosas siempre que te veo, y aunque que te aburren, porque no hay en tu casa quien te las diga. Tu padre... ¡valiente padre está el tuyo! Tu madre... no quiero decirte ahora lo que pienso de tu madre.

Ya ves cómo ha llegado para nosotros a lucir la fortuna, y qué bien hicimos en disponer las cosas de manera que han venido a dar este resultado. Excuso decirte que cuanto soy y valgo pongo a tu servicio; mas como no se trata de vanos ofrecimientos, sino de firmes y leales propósitos, bueno será que empecemos luego a disponer lo que mejores frutos pueda dar en el porvenir.

Harías mal en no estimarlas sinceras... Además, no necesito yo decirte lo mucho que vales. Eso lo sabe todo el mundo. Gracias, gracias. ¿Te has cansado de jugar? Me duelen un poco las muelas. Sácatelas. ¿Todas? Las que te duelan, hijo. ¡Ave María! ¡Con qué indiferencia lo dices! ¿A ti no te importaría nada, por supuesto? Yo siento siempre los males del prójimo. ¡El prójimo! ¡Qué horror!

¡Cuántas cosas tenía que decirte! murmura la infeliz. Y ahora no se me ocurre nada, absolutamente nada. El la aprieta entre sus brazos más estrechamente; y los dos permanecen silenciosos e inmóviles, mientras la tormenta los sacude y la lluvia los azota.

Mientras la joven se echaba a correr para alcanzar a su tío, la condesa se dirigió a la cubierta de cristales seguida por el diplomático, que iba mascullando su exordio. ¿Tienes que hablarme, Raúl? dijo la condesa. ¿Qué quieres? Yo también tengo que decirte algo.

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