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El bajo de ópera se creía en el deber de apoyar la idea religiosa, por haberla expresado tantas veces con su sábana por la cabeza, haciendo el respetable papel de sumo sacerdote; y el del molino de chocolate azuzaba a los dos por ver si la cosa se enfurruñaba y no quedaban más que los rabos.

Mal hecho; pero, ¿a quién se ha de permitir ser curioso, si no se le permite a un autor dramático? La curiosidad, que en los demás es un defecto, en él constituye un deber. Debe escuchar, aunque sólo sea por oficio.

A ella le agradaría mucho saber que una persona en el mundo se cuidó de su existencia; pero le contestaría a usted que no le agrada que la compadezcan y que cumplió con su deber por nada, por el placer que el cumplirlo le producía... Espero que volveremos a vernos, señorita, porque le repito que me es usted muy simpática... ¡Adiós...! El famoso profesor Moumel ha llegado y va a principiar su curso...

Lord Gray, Dios le ha dado a usted todo y usted malgasta y arroja las riquezas de su alma haciéndose infortunado sin deber serlo. Amigo me dijo apretándome la mano tan fuertemente que creí me la deshacía soy muy desgraciado. Tenga usted lástima de . Si eso es desgracia, ¿qué nombre daremos a la horrenda agonía de una criatura, a quien usted acaba de precipitar en la mayor deshonra y vergüenza?

Bueno, entonces, debes hacer lo que tu padre deseaba... Es tu deber, y para eso tienes que ir a París. desearías quedarte aquí, ¡oh! yo lo comprendo y yo también quisiera... pero no puede ser... Es preciso ir a París a trabajar, a trabajar bien. Por esto no me inquieto, porque eres verdadero hijo de tu padre, y serás un hombre honrado y trabajador; no se puede ser lo uno sin lo otro.

Desde el dia en que se publicáre solemnemente la aprobacion del padron, repartimientos y propiedades asignadas, con el nombre y titular de ciudad ó villa, deber

Pues para que no se vuelva merienda de negros debemos seguir combatiendo en la Grande Antilla dijo entonces D. Valentín. Los cubanos, ni con mucho, son todos rebeldes, y tenemos el deber de defenderlos de los foragidos y de salvarlos de la rapacidad y de la insolencia tiránica de los aventureros que quieren apoderarse de la isla.

Su memoria, redactada con el espontáneo y agradable desaliño que le era propio, se reducía a exponerme, a grandes rasgos, el armazón de su obra benéfica, llamada por él «su deber»; los frutos principales de ella; lo que le costaba aproximadamente cada año en dinero, porque en paciencia, no tenía calo ni medida, y una relación de las familias de Tablanca más merecedoras, por sus especiales condiciones y virtudes, del amparo y la estimación de «la casona». Todo aquello me lo declaraba para mi gobierno solamente. El único encargo que me hacía, y muy encarecido, era el de procurar que no se desmembrara durante mi vida el patrimonio de los Ruiz de Bejos que pasaba a mis manos íntegro y tal como él le había recibido de las de su padre y éste de las del suyo, ni al heredarme mis hijos, si llegaba a tenerlos; y si no, que pasara a los de mi hermana con igual recomendación para los mismos fines, siempre que fueran compatibles con las leyes. Por de pronto y para «lo de puertas adentro» que me dejara guiar por las indicaciones del párroco don Sabas Peña; y si no vivía éste ya, de la persona que me buscaría por su mandato.

M. Steimbourg creyó un deber presentar a su amigo a su familia. Condújole a Bieville, donde su padre se había hecho construir un chalet. M. L'Ambert fue recibido en él por un viejo muy verde, una señora de cincuenta años, que no había abdicado aún, y dos jovencitas extremadamente coquetas; y a primera vista advirtió que no entraba en una casa de fósiles.

Otro administrador cualquiera hubiera acabado con el marqués en diez años. El marqués, por lo tanto, creía deber a D. Acisclo diez años de buena y alegre vida. Otro administrador cualquiera no hubiera hecho los adelantos por la mitad menos, y se hubiera enriquecido más pronto, y no hubiera arruinado a su señor con tantos miramientos, con tanta suavidad y pausa, y con tan severa conciencia.