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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Dadme, dadme. La monja adelantó y dió una carta á la madre Misericordia. Luego salió. Permitidme, prima mía; permitidme, caballero dijo la abadesa. Doña Catalina y Quevedo se inclinaron. La abadesa abrió con precipitación la carta. ¿De quién será? dijo para Quevedo.

A me parece que es la misma de hace siete años, con los mismos cangrejos y todo. Y ¿qué? les digo a mis amigos . Habladme. Dadme noticias. Los académicos, ¿son inmortales todavía? Pío Baroja, ¿sigue siendo un joven escritor? Fulanito, ¿continúa con aquel hermoso porvenir ante él? Y la Fulana y la Zutana y la Mengana, ¿es que son todavía unas jóvenes y hermosas actrices? Habladme de política.

¿Pero qué amor es ese?... un amor de dos horas. ¡Ay, don Francisco! en dos horas... menos aún, en el punto en que la vi... ¿Luego la habéis visto? . ¿Dónde? Perdonad, no me pertenece el secreto. Guardadle, pues; pero entendámonos: ¿decís que habéis visto á esa dama? Dadme sus señas. No puedo daros seña alguna, porque fué tal el efecto que me causó su hermosura, que cegué.

«Dadme un pueblo sajón, decía, y seré liberal». Más adelante fue liberal sin que le dieran el pueblo sajón, sino otra cosa que no pertenece a esta historia. Era alto, grueso y no mal formado; tenía la cabeza pequeña, redonda y la frente estrecha; ojos montaraces, sin expresión, asustados, que no movía siempre que quería, sino cuando podía.

Tengo todavía en el bolsillo la carta de la madre Misericordia para el duque, y otra carta de la misma madre para vos. Dadme, dadme. Tomad, señor. El padre Aliaga abrió la carta dirigida á él, y encontró todo el fárrago que nuestros lectores conocen.

Quince días serían pasados, según es pública voz y fama, que el asno faltaba, cuando, estando en la plaza el regidor perdidoso, otro regidor del mismo pueblo le dijo: ''Dadme albricias, compadre, que vuestro jumento ha parecido''. ''Yo os las mando y buenas, compadre -respondió el otro-, pero sepamos dónde ha parecido''. ''En el monte -respondió el hallador-, le vi esta mañana, sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flaco que era una compasión miralle.

Tampoco se podía ver el del cocinero mayor, que estaba de pie en la parte interior del locutorio. El reflejo de la luz atravesando la reja, era muy débil. Esto convenía á Montiño, porque si la abadesa hubiera podido verle el semblante, hubiera sospechado del cocinero mayor, que estaba pálido, desencajado, trémulo. Dadme esa carta repitió la abadesa.

Dadme la mano le dije, bien sabéis que nos conocemos. No me atrevía a... ¡Qué tontería! ¿Qué es eso, Reina? refunfuñó mi tío. Una flor algo silvestre dijo el comandante mirándome con cariño, pero una hermosa flor.

10 Y añadió el filisteo: Hoy yo he deshonrado el campamento de Israel; dadme un varón que pelee conmigo. 11 Y oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo, se conturbaron, y tuvieron gran miedo. 13 Y los tres hijos mayores de Isaí habían ido a seguir a Saúl en la guerra.

El se le cruzó en el camino, y asiendo con una mano el freno de la cabalgadura, levantó con la otra su crucifijo de bronce, repitiendo: ¡Dadme, os digo, unas migajas, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo! Entonces, el anciano, inclinó su cuerpo hacia adelante y, por toda respuesta, escupió dos veces con bárbara osadía la santa imagen del Redentor. Ramiro exhaló un grito de espanto.

Palabra del Dia

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