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Actualizado: 26 de junio de 2025


Y, diciendo y haciendo, se arrojó del caballo y se fue con mucha humildad a poner de hinojos ante la señora Teresa, diciendo: -Déme vuestra merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien así como mujer legítima y particular del señor don Sancho Panza, gobernador propio de la ínsula Barataria.

Tenga solamente paciencia por una ó dos horas. Deme el tiempo de ir hasta el castillo, es lo más seguro. Esté cierta que guardaré el secreto, y salvaré su honor, como acabo de salvar el mío. Salí penosamente de los fosos y fuí á tomar mi caballo. Servíme de mi pañuelo para suspender y fijar mi brazo izquierdo, que me era enteramente inútil y me hacía sufrir mucho.

Á pesar de eso todos convinieron en que con su rusticidad á cuestas se quedarían de buen grado con ella. Después de largo vacilar Demetria se resolvió al cabo. Se dirigió á uno de los criados que había en la antesala y le dijo: Deme usted el abrigo. ¿Va á salir la señorita? ; voy á casa. Pepe volvió á decir el criado dirigiéndose á otro, enciende un farol y acompaña á la señorita.

Y abriéndose paso, salió con el chico de Rubín. ix Al cual dijo en la puerta: «¿Hacia dónde va usted con su cuerpo?». ¿Yo? A la calle del Ave María. ¡Qué casualidad! Yo llevo esa dirección. Iremos juntos... Deje usted que me emboce bien... Ahora deme usted el brazo. Las piernas no me ayudan. Ya se ve... cinco meses... cabalitos... fíjese usted bien... sin digerir. No cómo estoy vivo.

Parece la subida al Calvario, y con esta cruz que llevo a cuestas, más... ¡Qué hermosos nardos vende esta mujer! Le compraré uno... 'Deme usted un nardo. Una varita sola... Vaya, deme usted tres varitas. ¿Cuánto? Tome usted... Abur'. Me ha robado.

Un individuo que venía a Madrid en diligencia, entró en una posada a las doce del día y preguntó: ¿Cuánto vale la comida? Doce reales. ¿Y la cena? 45 Ocho. Pues déme Vd. de cenar. ¿Qué tienes José? ¡Estoy desesperado! ¿Por qué? 50 Se me ha perdido el perro. ¿Y por eso te desesperas? ¡Ya lo creo! Y te juro que si no aparece, le mato. En una posada. Un turista inglés pide liebre.

Deme usted su breviario, hermanita propuso Pomerantzev a la monja . La reemplazaré a usted un rato. La monja, que, en plena juventud, se pasaba la vida leyendo oraciones a la cabecera de los muertos, aceptó muy gustosa la proposición y se retiró a un ángulo del cuarto. Había tomado a Pomerantzev por un miembro del personal de la clínica o por un pariente del difunto.

El cadete le dejó respetuosamente la acera. Mozo, una copa... ¿de qué, D. Miguel? De agua. ¿Cómo de agua? dijo sorprendido y un tanto amostazado. Es lo único que me apetece en este momento. ¿Pero?... ¿No quería V. antes darme una satisfacción? señor. Pues deme V. ahora la de dejarme beber agua, puesto que tengo sed.

Hoy tiene ya otras afecciones, otros deberes, y esté usted seguro de que no conseguirá apartarla de ellos, pero si abusa de mi forzada indiscreción, conseguiría turbar su tranquilidad... y a , señor, en premio del servicio que le he prestado, me sumiría en un abismo de dolor. Déme usted sus órdenes, dígame qué quiere que haga.

Eso es aparte. Y cerillas. Las compraré al por mayor. Una gruesa... Traeremos al por mayor todo lo que se pueda, para lo cual destinará usted una cantidad que se carga a la cuenta del mes. Quédese el diario en diez reales, y deme usted seis duros para el por mayor. Adelante. ¿Qué principio traigo? Langosta. ¡Un ojo de la cara! No importa. Por una vez... ¿Qué postre?

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