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Actualizado: 26 de junio de 2025


Paz seguía con la moneda en la mano, más avergonzada que el chico. ¿Me haces un feo? Eso no: y que vea Vd., deme usted esa rosa que tiene Vd. prendida en el pecho: luego yo se la doy a mi novia: Vd. tendrá muchas así, y de esas no se venden en la calle.

Se levantó el anciano, pero ambos jóvenes se abalanzaron hacia él, y al volver a caer en su sillón, agobiado por el pesar y hondamente conmovido, se encontró con que los dos estaban a su lado arrodillados. Abráceme usted, querido tutor exclamó Amaury. Deme usted su bendición, tío mío suplicó Antonia.

Después de un corto silencio, habló el conde: Curita es menester que me Vd. el desquite. No veo la necesidad. ¡Me parece que entre caballeros!... Por esa regla el juego no tiene término observó D. Luis . Por esa regla, lo mejor sería ahorrarse el trabajo de jugar. Déme Vd. el desquite replicó el conde, sin atender a razones. Sea dijo D. Luis . Quiero ser generoso.

Deme ahora su mano por despedida... Gracias. Y perdone si se la oprimo tan de veras, porque nunca se ha creído tan honrada la de esta su buena amiga.

Lord Gray, que había puesto atención a lo que doña Flora nos contaba, repuso con malicia: Señora mía, deme usted licencia para retirarme, porque tengo una ocupación, un quehacer imprescindible no lejos de aquí. , vaya usted, vaya usted. Ahora deben estar en la discusión de los señoríos jurisdiccionales. Mucho ruido, mucho barullo en las tribunas.

Todo el mundo toma parte en el alzamiento, y yo soy el general en jefe. ¡Perfectamente, perfectamente! ¡Con mil demonios! ¡Que esos granujas de kaiserlicks no caigan sobre nosotros sin llevar su merecido, me parece muy bien! ¡Bah! Deme uste el cuchillo.

Desesperado, uno de sus adoradores llegó á decirla: «Deme usted siquiera la limosna de un beso». Pero ella, aludiendo con una sonrisa á las veleidades que la murmuración la atribuía, repuso: «¿Una limosna así?... Imposible. Tengo mis pobres...» En sus ratos escasos de soledad y melancolía, la hermana de Frétillon y de Lisette también era poetisa.

¿A casa?... Le diré a usted lo que sucede para que me tenga lástima, mucha lástima. Mañana tengo baile y cena, una solemnidad de familia, absolutamente indispensable. Ya he repartido las invitaciones... ¡verá usted qué chasco! Hija, deme usted por Dios un vaso de agua, porque no puedo hablar. Ayer le mando llamar.

Una monja pequeña, gorda, de vientre hidrópico y nariz exigua y colorada, que en aquel momento llevaba un vaso a los labios, levantó la cabeza. Buenos días, señor Paco... Hasta ahora no han caído más que cuatro. ¿Quiere usted un poquito para abrir el apetito? A mi patrón le hizo mucha gracia aquello. Para abrir el apetito, ¿eh? Deme usted algo para cerrarlo, que me vendría mejor. ¿Y las hermanas?

Me atrajo hacia ella, me besó y me dijo al oído: Gracias... el secreto, ¿verdad? Eso, , puedo prometerlo. Deme usted también un beso, hija mía exclamó la de Grevillois. Y lo hice de corazón. ¡Compadezco tanto a esta madre tan llena de ternura y de abnegación, y que no tiene la confianza de su hija! Ahora, señor cura, estoy sola en mi cuartito, mientras mi padre ha ido a la Academia.

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