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Actualizado: 27 de junio de 2025
Y como para hombres como D. Luis casi no hay negocios que la tengan en la vida vulgar y diaria, resultaba que Currito llevaba y traía a D. Luis como un zarandillo. Vengo a buscarte le dijo , para que me acompañes al casino, que está animadísimo hoy y lleno de gente. ¿Qué haces aquí solo, tonteando y hecho un papamoscas?
No es preciso fijar sitio repuse . Yo tengo la seguridad de que nos encontraremos. Una súplica tengo que hacer a usted. Mi espada no es buena. ¿Quiere usted prestarme esa magnífica hoja toledana que está en la panoplia? Con mil amores: ahí va. Diómela, y cambié su arma por la mía. ¡Pobre Currito Báez! dijo riendo . Han fijado ustedes el duelo para esta noche.
La ilusión de Doña Paca era casarla con uno de los hijos de su primo Matías, propietario rondeño, chicos guapines y bien criados, que seguían carrera en Sevilla, y alguna vez venían a Madrid por San Isidro. Uno de ellos, Currito Zapata, gustaba de Obdulia: casi se entablaron relaciones amorosas que por el carácter de la niña y sus extravagancias melindrosas no llegaron a formalizarse.
Currito era un holgazán, un perdido, un verdadero mueble, pero tenía un corazón afectuoso y leal. A D. Luis, que era el ídolo de Currito, le sucedía como a todas las naturalezas superiores con los seres inferiores que se les aficionan. D. Luis se dejaba querer; esto es, era dominado despóticamente por Currito en los negocios de poca importancia.
Cuando las palmas y las castañuelas cesaron y sólo sonó la guitarra, Currito cantó con voz sentimental y suave la copla siguiente: Atame con un cabello a los palos de tu cama, y aunque el cabello se rompa no hay miedo que yo me vaya.
Currito no se arredró por eso, sino que cayó sobre mí, ora agachándose, ora dando brincos, ora acometiéndome por un lado, ora por otro. Por dicha, y si he de decir la verdad, yo sospecho que él no tenía gana de herirme, sino de asustarme.
Currito llevó a D. Luis y D. Luis se dejó llevar a la sala donde estaba la flor y nata de los elegantes, dandies y cocodés del lugar y de toda la comarca. Entre ellos descollaba el conde de Genazahar, de la vecina ciudad de... Era un personaje ilustre y respetado. Había pasado en Madrid y en Sevilla largas temporadas, y se vestía con los mejores sastres, así de majo como de señorito.
Allí se dirigió don Luis, y desde la puerta vio al conde de Genazahar, que jugaba al monte, haciendo de banquero. Cinco personas nada más apuntaban; dos eran forasteros como el conde; las otras tres eran el capitán de caballería encargado de la remonta, Currito y el médico. No podían disponerse las cosas más al intento de D. Luis.
Doña Ramona sacó entonces de la faltriquera de su delantal un enorme ovillo de lana parda, que allí tenía, desenvolvió un par de metros, hizo un lazo corredizo y se le echó a Currito cogiéndole por el pescuezo y teniéndole por el otro extremo a modo de brida.
Todos hablaban en voz baja para que no se oyese nada en la calle. Los mismos criados del casino, que dormían en sillas, en la cocina y en el patio, no llegaron a despertarse. D. Luis eligió para testigos al capitán y a Currito. El conde, a los dos forasteros. El médico quedó para hacer su oficio, y enarboló la bandera de la Cruz Roja. Era todavía de noche.
Palabra del Dia
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