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Actualizado: 21 de junio de 2025


No soy yo menos terco... y no consentiré que Clara sea el precio del rescate de nadie; que sobre ella, que no tiene culpa, pesen nuestras culpas; que Doña Blanca la venda para conseguir su libertad. Sin embargo, importa mucho la cautela. Doña Blanca, llevada al extremo, pudiera hacer alguna locura.

¡No lo creo, no creo nada! decía, como si la negación le pareciese respuesta bastante eficaz a contrarrestar lo que acababa de oír. ¡Qué daño me hace causar a Vd. tanto mal! Y, sin embargo, es preciso; porque ni mi madre ni yo queremos aceptar la responsabilidad de ocultar culpas de esta índole.

Uno entre tantos, un hombre alto, seco y pálido, el corregidor de Sevilla, que se encontraba en Cádiz para seguir un proceso, se encarnizaba sobre todo con el desgraciado reo; a cada instante le decía: ¡El infame!... ¡Qué dicha para la sociedad que semejante monstruo sea castigado con arreglo a sus culpas!... Le vería estrangular con placer.

Viendo aquellos trebejos, se podría sospechar que el tal Arte había sido encarcelado allí para expiar las culpas que alguna vez, por andar en malas manos, ha podido cometer. En esta mazmorra de Gutenberg fue metido Mariano para su aprendizaje.

Esta amenaza de doña Camila no pasó de amenaza, pero Ana no sentía salir de Loreto, ir donde quiera. Desde entonces la trataron como a un animal precoz. Sin enterarse bien de lo que oía, había entendido que achacaban a culpas de su madre los pecados que la atribuían a ella.... Al llegar a este punto de sus recuerdos la Regenta sintió que se sofocaba, sus mejillas ardían.

Para abrazarme a mi ídolo le derribé del altar, y cuando le vi por tierra, me llené de orgullo, y la adoración se trocó en desprecio, y le pisoteé en lugar de recibir con júbilo y con vehemente gratitud su beso. »En fin, más vale que haya sucedido todo como ha sucedido. Dios tenga piedad de y perdone mis culpas. Conozco que se acerca la hora en que me llamará Dios a su tremendo tribunal.

Los errores, las culpas y faltas de aquellos últimos meses, se desvanecían ante el recuerdo de los mimos de la infancia, las caricias de la juventud y los cuidados de siempre. De pronto se abrió la puerta de cristales, que daba a la ronda, y entró Millán, yendo a sentarse junto a su amigo. Venía mal encarado, con los ojos aún abrillantados por la ira. ¿Qué ha sucedido? ¿La has visto?

A usted no puedo ni quiero decir qué tempestad me destroza. ¡Bendita usted que no conoce el error! ¿Para qué hablarle de aquello con que yo lucho? Piense usted solamente esto: que si he pecado mucho, ahora quiero huir de otras culpas. Me encuentro reducida a una condición tal, que todo es para culpa y error.

Cierto es que Antonia por propio instinto y conceptuando como cosa muy natural el proceder de su prima, aparentaba no dar ninguna importancia a aquellos actos que tiempo atrás habrían herido tanto su corazón como su orgullo; antes bien, parecía que las faltas de Magdalena le inspiraban compasión. Siendo ella quien debía perdonar parecía que era quien imploraba perdón, por culpas imaginarias.

En efecto, la quinta del conde de Lemos era una hoguera. Oblíganme dijo Quevedo , malo me hacen culpas ajenas; la maldición me sigue; pero pica, Juara, pica, que me importa llegar á Madrid cuanto antes. Pero calla, que oigo los cuartos de un reloj da la villa que nos trae el viento. ¡Las nueve! dijo Juara. Pues pica largo, y gracias que aún están abiertas las puertas; enderecemos á la de Segovia.

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